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Título del texto editado:
[Poesía] Española
Autor del texto editado:
Andrés, Juan 1740-1817
Título de la obra:
Origen, progresos y estado actual de toda la literatura. Tomo III
Autor de la obra:
Juan Andrés
Edición:
Madrid: Antonio de Sancha, 1785


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[Poesía] Española


La primer lengua europea que después de la italiana ha sabido hacer ver las verdaderas bellezas de la Poesía ha sido, sin disputa, la castellana. Ya hemos visto en otro lugar que los españoles cultivaron la Poesía desde el X o XI siglo, y que algunos versos de Gonzalo de Hermíguez y el Poema del Cid son las primeras composiciones de la Poesía española que nosotros conocemos. Berceo en el siglo XIII dio mayor exactitud y regularidad a la versificación, en lo que le imitó Juan Lorenzo Segura, o quien sea el autor del Poema de Alexandro. En el siguiente, el Rey Alfonso X enriqueció la Poesía con nobles imágenes y con altos pensamientos,y singularmente en el fragmento que tenemos del libro de Las Querellas se encuentra una tal sublimidad que no tiene que envidiar las grandiosas expresiones del célebre Dante, que escribió posteriormente. En tiempo de éste y del Petrarca, a principios del siglo XIV, escribía en España Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, bajo cuyo nombre es más conocido, y, mientras Dante tronaba con su Divina Comedia y el Petrarca encantaba con sus amores, él divertía en España con amenas y graciosas burlas, e introducía en la Poesía las agradables invenciones y los donosos juegos, que no eran aún conocidos en ella. Es gracioso su poema que contiene una especie de contienda del Carnaval con la Cuaresma, donde, con una fábula bien seguida y con episodios ingeniosos, dio el primer ejemplo de poesías jocosas que se conoce en lengua vulgar. Es de ver con cuánto ingenio sigue los caracteres de los personajes alegóricos de D. Ayuno, D. Amor, Doña Carne y otros semejantes. En la Paleografía española se encuentra un fragmento del recibimiento hecho a D. Amor, el cual respira tal amenidad de imaginación y tal copia de ideas y de expresiones que para colocarlo en la clase de composición magistral y clásica, sólo le falta mayor cultura en la lengua y más armonía en los versos. Don Tomás Sánchez, en el primer tomo de su Colección, da noticia de este poeta, y posteriormente un viajero inglés en la Cartas que ha escrito sobre el origen y sobre los progresos de la Poesía en España. El siglo XIV y mucho más el siguiente fueron fecundos de poetas españoles, y para conocer cuán copiosa fue la avenida de ellos, que en aquel siglo inundó toda la España, basta ver solamente cuantos se refieren en la colección de Baena, de la cual nos da noticia Castro en el primer tomo de su Biblioteca española. Pero entre ellos son dignos de particular mención Juan de Mena y el Marqués de Santillana. En las composiciones de Mena se encuentra ya sublimidad y brío poético, y singularmente la intitulada El laberinto está llena de imágenes nobles y grandiosas y de expresiones sublimes y enérgicas. Otro poema suyo intitulado La Coronación, que toma porasunto la corona puesta a Santillana en el Parnaso por las Musas y las Virtudes, tiene además el mérito de una feliz invención, que no era muy común en los poetas de aquella edad. Y si Mena hubiese usado un lenguaje más noble y una versificación más dulce y armoniosa, podría no sólo ser tenido por el mejor poeta del siglo XV, sino ponerse al lado de los más célebres de todos los otros. Del Marqués de Santillana dice Fernando de Herrera que se engolfó venturosamente en un mar no conocido y volvió a su nación con los despojos de las riquezas peregrinas, y que compuso sonetos dignos de veneración por la grandeza del que los hizo y por la luz que tuvieron en la sombra y confusión de aquel tiempo; y el soneto endecasílabo que él trae, por ejemplo, ciertamente es muy digno, así por los pensamientos como por la expresión, de que se hubiese compuesto en tiempos más felices. Y no debe considerarse menos singular para aquella edad su canción intitulada Querella de amor, referida por Sánchez como llena de dulzura y de ingenio. Pero todos estos no eran más que ligeros bosquejos del magnífico cuadro que la Poesía preparaba a la España para el siglo XVI. Boscán puede llamarse el primer poeta del nuevo gusto, porque, como dice Herrera, imitó la llaneza de estilo y las mismas sentencias de Ausias March, y se atrevió a traer las joyas del Petrarca en su no bien compuesto vestido. Además de este mérito, tuvo Boscán el de allanar el camino a Garcilaso de la Vega para penetrar en los más secretos retretes de las Musas. Garcilaso hizo remontar el vuelo a la Poesía española, y en los sonetos, en las canciones, en las églogas, en las epístolas y en las elegías le dio una gracia y armonía no conocida hasta entonces, haciendo ver, como dice el Maestro Francisco de Medina, que no es imposible a la lengua española arribar cerca de la cumbre donde ya se vieron la griega y la latina. Imitando los más célebres autores latinos e italianos, se esfuerza con tan feliz deseo de igualarles que algunas veces aun les supera. En suma, Garcilaso es tenido por el príncipe de la Poesía española, y tal vez lo hubiera sido de toda la Poesía si una muerte prematura no le hubiese arrebatado en lo más florido de su edad. Muchos y muy esclarecidos ingenios de esta noble nación siguieron sus pisadas: el docto y agudo D. Diego de Mendoza mostró espíritu, erudición y copia de sentencias, aunque se cuidó poco de la corrección y suavidad necesaria en el verso; el culto y delicado Gutiérrez de Cetina cantó amores con suavidad propia del Petrarca; Fr. Luis de León puso acorde la lira española con la de Horacio; y Herrera, Ercilla, Virués e infinitos otros llevaron en triunfo la Poesía española, haciéndola caminar por todas las clases coronada de gloria y de esplendor; de modoque los españoles cultivaron con laudable felicidad la dramática, la épica, la pastoril, la lírica, los madrigales, los sonetos, las canciones pindáricas y anacreónticas, las epístolas, las sátiras y todo género de Poesía. Para enriquecer más y más el Parnaso español transfirieron a él sus poetas los tesoros del griego y del latino, traduciendo en su lengua los poetas de aquellas naciones. El primero que yo sepa haber dado algún ensayo del Teatro de los Griegos ha sido el Maestro Hernán Pérez de Oliva, pasando al español dos tragedias griegas de Sófocles y de Eurípides. Desde la mitad del siglo XVI tenemos una traducción de la Odisea, hecha en versos sueltos por Gonzalo Pérez, quien, como se lee en una carta de Juan Páez de Castro, pensaba traducir también la Iliada. Píndaro, Anacreonte, Plauto, Terencio, Horacio, Virgilio y los otros poetas griegos y latinos encontraron entre los españoles muchos apasionados que quisieron hacerles cantar en su propio idioma. Pero, sin embargo, yo descubro aún en los poetas españoles de aquel tiempo alguna dureza y alguna reliquia de la pasada incultura, y no puedo alabar plenamente la armonía y suavidad de sus versos ni satisfacerme del todo de la exactitud y regularidad de su Poesía, puesto que en los más de ellos, como dice Medina, poco ha citado, «se echa de ver que derraman palabras vertidas con ímpetu natural, antes que asentadas con el artificio que piden las leyes de su profesión». Y cotejando la Poesía española con la italiana, que era la única que en aquellos tiempos podía excitar la emulación, diré brevemente que los italianos, habiendo sido precedidos por más de dos siglos de Dante y el Petrarca y estimulados por tantos príncipes que les protegían, cultivaron con más atento estudio la Poesía y, por consiguiente, le dieron mayor exactitud y pulidez y mayor cultura y ornato, pero no superaron a los españoles en los pensamientos sublimes ni en las nobles sentencias; de modo que me parece descubrir en los españoles más naturalidad y en los italianos más arte. Los españoles, en medio del estrépito militar dentro y fuera de sus estados, no habían podido dedicarse mucho a la Poesía ni a las Letras: empleados en ganarse el favor de Marte se habían cuidado poco de merecer el de Apolo, y el esplendor a que entonces llegó su Poesía se debió más bien a la felicidad de su ingenio que al estudio y cultura del arte, por lo cual, aunque tenían grandiosas ideas y sublimes pensamientos, eran aún algo áridas sus expresiones y duros sus versos. Otra ventaja llevan, en mi concepto, los italianos a los españoles: éstos muestran más ingenio en sus composiciones, aquéllos hacen hablar más al corazón, y el lenguaje de éste hace más profunda y grata impresión en el ánimo que las llamaradas del ingenio. Pero, sin embargo, si Garcilaso, León, Herrera y algunos otros de esta clase hubiesen encontrado la versificación tan perfecta, tan rica la lengua y la Poesía tan honrada y promovida como lo estaba entonces en Italia, ¿cuán superiores no hubieran sido a Bembo, a Casa, a Constancio y a los mejores italianos, si aun sin tales auxilios les igualan y aun les superan en muchas partes? Ilustrada de este modo, la Poesía española fue adquiriendo en todo aquel siglo más gracia y belleza, y a fines de él y a principios del siguiente brilló mucho más y compareció en su mayor decoro. Villegas, los dos Argensolas y otros poetas que florecieron en aquellos tiempos escribieron versos más armoniosos, manejaron la lengua con más destreza y expresaron sus pensamientos con más artificio y maestría. Entonces el famoso Lope de Vega manifestó las riquezas de su poesía e hizo resplandecer aquel soberano ingenio de que tan liberalmente le había dotado la naturaleza. No alabaré su excesiva facilidad en componer poemas dramáticos y épicos; no le perdonaré los conceptos sutiles y los juegos de vocablos de que algunas veces se vale, aunque no con tanta frecuencia como creen algunos; pero al mismo tiempo diré que aquella fluidez, dulzura y armonía de versos, aquella variedad y belleza de imágenes, aquella abundancia de sentencias, aquella copia y aquella propiedad de expresiones recompensan muy bien sus defectos y pudieron adquirirle con justo motivo los aplausos no sólo de España, sino de toda la culta Europa. La desgracia de la Poesía española provino de que los poetas mismos que más la podían ilustrar fueron cabalmente los que la ocasionaron mayor daño. ¿Dónde se encontrarán ingenios más vivaces y fecundos para el Teatro que Lope de Vega y Calderón? ¿Dónde imaginación más amena y brillante que la de Quevedo? ¿Dónde un ingenio más elevado y sublime que el de Góngora? Pero éstos, introduciendo en la Poesía dramática extrañezas ingeniosas, accidentes complicados y monstruosidades inverisímiles; acumulando en las composiciones jocosas y serias equívocos, conceptos sutiles, expresiones hinchadas, voces desusadas y pensamientos falsos, autorizaron con su ejemplo semejantes defectos e hicieron que tuviesen más lugar entre los poetas españoles viendo que los más nobles ingenios los abrazaban. De este modo se corrompió la Poesía española a principios del siglo pasado e, igualmente que la italiana, pudo contar el siglo XVII por el tiempo de su desolación. Tampoco faltaron entre los poetas españoles como entre los italianos algunos felices ingenios, que supiesen preservarse de aquel contagio: Borja, Príncipe de Esquilache, Rebolledo, Solís y algunos otros pueden llamarse los Redis y los Filicaias de los españoles, que conservaron el buen gusto en medio del Universal corrompimiento; pero éstos no bastaron para contener el torrente de la depravación que inundaba la Poesía castellana. En este siglo hizo D. Ignacio Luzán los mayores esfuerzos para volverla al verdadero camino y, además de dar él mismo el ejemplo en buenas composiciones y en traducciones e imitaciones de los griegos y de los latinos, quiso también ayudar con preceptos escribiendo una docta, ingeniosa y sabia Arte Poética, que puede competir con las mejores de los modernos más celebrados. D. Blas. Antonio Nasarre, D. Agustín Montiano y algunos otros quisieron oponerse al dominante corrompimiento y, si no consiguieron restablecer el buen gusto en la Poesía, detuvieron a lo menos el curso del depravado. Últimamente, los nobles estímulos de la Real Academia Española y el laudable ejemplo de Montengón, de Iriarte y de algunos otros despiertan el numen poético de los españoles y hacen esperar que su Poesía, abandonada enteramente por algún tiempo, recobre su antiguo esplendor.





GRUPO PASO (HUM-241)

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2018M Luisa Díez, Paloma Centenera