Título del texto editado:
Poesía didascálica [Lope de Vega, Rebolledo, Céspedes e Iriarte]
Capítulo III.
Poesía
didascálica
[…]
Lope de Vega
Algo después de
Alamanni
y de Rucellai florecieron los
buenos
poetas didascálicos de España.
Lampillas
descubre poemas españoles antiquísimos en el
Tesoro
del Rey Alfonso X, en el
Arte Poética
del catalán Ramón Vidal de Besalú, en la
Gaya ciencia
de D. Enrique de Villena y en otras antiguas composiciones españolas, y hace ver cuánto ha florecido en esta docta nación la Poesía
didascálica.
Nosotros, siguiendo el plan de nuestra obra, sólo haremos mención de aquéllos que, por ser más perfectos, han podido contribuir más a los progresos de su arte. Entre estos debe tener lugar el
famoso
Lope de
Vega,
el cual en todo género de
Poesía
ha puesto animosamente su
fácil
y diestra mano. El
Arte nuevo
es una
nueva
arte poética de Lope, en la que, si alguna vez no tienen los
preceptos
la exactitud y verdad que los de
Horacio
y Boileau, el
estilo,
a lo menos, es siempre fluido y elegante. A esta clase puede igualmente referirse el
Siglo de Oro
del mismo Lope,
poema
descriptivo que podrá tener el mérito de haber precedido por más de un siglo a todos los poemas de esta clase que después se han
publicado.
De otra especie es su
Laurel de Apolo,
pero, sin embargo, puede pertenecer a la
Didascálica,
puesto que, haciendo el
autor
una
crítica
de los
poetas
españoles, une los preceptos con los ejemplos y forma un poema más útil y más
instructivo
que su mismo
Arte nuevo.
Contemporáneo de Lope fue Juan de la Cueva, autor de un arte poética muy juiciosa y sutil, pero falta de poesía. Más poético y más
instructivo
fue
Cascales
en sus
Tablas poéticas,
las cuales tal vez eran en aquellos tiempos la
mejor
arte poética que tenían las lenguas vulgares. Pero, sin embargo, es preciso confesar que son muy
imperfectas
todas estas artes poéticas para que ahora puedan merecer nuestra atención.
Conde de Rebolledo.
A más ardua empresa se dedicó el Conde de
Rebolledo
en su
Selva militar y política,
queriendo poner en
verso
toda la Ciencia militar y política. No está falto Rebolledo de espíritu poético, como se deja ver de cuando en cuando en su largo poema, pero, arrebatado de la
gravedad
del asunto, parece haberse descuidado de buscar aquellos adornos que requiere la
Poesía,
prometiéndose, como él mismo dice, que pueda servir de disculpa al estilo la grave austeridad de la
materia,
además de que trata su argumento con demasiada individualidad y exactitud para poderlo adornar con las gracias poéticas. Que la línea de defensa no esté más allá de un tiro de mosquete, que los ángulos sean mayores de noventa grados ni menores de sesenta, que el muro hasta el cordón sea de ladrillos y otras reglas semejantes; los nombres y los oficios de los sargentos, de los proveedores, de los médicos, de los cirujanos, de los barberos, de los capellanes y tantas pequeñas particularidades no son compatibles con la rapidez y ligereza ni con la noble dignidad de la
Poesía.
«Non ego cuncta meis amplecti versibus opto», decía aquel gran maestro
Virgilio.
Si Rebolledo hubiese podido alargar su vida hasta estos tiempos, hubiera aprendido del gran
Federico,
no menos filósofo que poeta, la parsimonia y
moderación
con que deben manejarse estas materias en un poema. Sin embargo, la elegancia y
claridad
con que Rebolledo ha tratado aquel difícil asunto, la amenidad que con los ejemplos
antiguos
y
modernos
ha procurado dar a los preceptos, y la fluidez y
gravedad
de la versificación de algunos pasajes del poema le dan derecho a ocupar un
lugar
distinguido entre los muchos españoles que se dedicaron a cultivar la
Poesía
didascálica.
Céspedes.
Pero ni Rebolledo, ni Vega, ni otro poeta alguno de su
nación
ha llegado en esta parte a la
excelencia
que
Céspedes
en el
poema
De la Pintura.
Un
estilo
colorido y hermoseado con epítetos significativos e imágenes vivas, una versificación
pura
y armoniosa, las oportunas alusiones a la fábula y a la historia, los preceptos breves y expuestos con expresión poética, las pinturas parlantes, las digresiones naturales y llenas de interés, y mil gracias poéticas constituyen el poema
De la Pintura
de Céspedes, una de las composiciones más dignas de
alabanza
de la
Poesía
didascálica.
Habla de las tintas de la Pintura, y con vuelo poético, se
eleva
a la eternidad; recorre las ciudades y los reinos destruidos: Troya, Cartago, Roma, Sagunto, y Aquiles, Eneas y otros grandes y nobles sujetos, para volver después a la inmortalidad que dan las tintas de la Pintura. Las reglas del diseño excitan su numen poético para que prorrumpa en alabanzas de Miguel Ángel y de su grandiosa obra del Vaticano. La pintura del caballo enteramente virgiliana le recuerda el Cílaro, los caballos de Marte y otros caballos antiguos, y el
Cisne volante de su Señor,
el Marqués de
Priego,
a quien teje un breve y nervioso elogio. En suma, Céspedes ha enriquecido el
Parnaso
español con un poema
De la Pintura
que no
cede
a la
Cultivación
de
Alamanni,
y que puede colocarse entre las composiciones
clásicas
de la Poesía didascálica. Omito muchos poemas cortos de Andrés Rey de Artieda, de Francisco de Guzmán y de algunos otros, anteriores y posteriores a Céspedes, que trataron argumentos didascálicos pero que, después de él, pueden quedar olvidados sin mucho detrimento de la Poesía; y paso a insinuar únicamente el poema
De la Música
de Iriarte, que se ha adquirido los aplausos de toda la culta Europa.
Iriarte.
La facilidad y
claridad
con que trata una materia tan difícil, el uso moderado de la Mitología, las comparaciones claras, los episodios, las ficciones ingeniosas, la
pureza
y la elegancia de la lengua justifican las
alabanzas
que se dan a aquel poema. Si Iriarte a tantas prendas hubiese unido la de hacer menos uso de voces técnicas y de ciertas palabras que, aunque puras y legítimas, parecen poco correspondientes al lenguaje poético; si en la exposición de la
doctrina
hubiese sido más moderado, sin descender a pequeñas y recónditas noticias, más propias de un tratado matemático que de una composición poética; si el estilo fuese más adornado e igual y estuviese más lejos de la facilidad prosaica, el poema
De la Música
ocuparía un honroso y distinguido lugar entre los poemas más
celebrados
de nuestros días; pero, de cualquier modo, deberá ser tenido por una de las
mejores
producciones de la
Poesía
moderna de su
nación.
Aunque Italia y
España
llevan a las otras naciones la ventaja de haber cultivado primero la
Poesía
didascálica,
sin embargo, es preciso que cedan a la Francia en el complemento y
perfección
de la misma: ni Alamanni, ni Ruccellai, ni Céspedes, ni Iriarte, ni cuantos italianos y españoles florecieron en esta parte pueden contrapesar el mérito de
Boileau.