Marginalia et adversaria. Diciembre 2003

 

 

La Esperanza es lo último que se pierde

 

© Gabriel Laguna Mariscal

 

 

George Frederic Watts: Hope (1886)

Hace tiempo que tenía ganas de escribir sobre la Esperanza, como sentimiento humano general y como motivo literario. Pues es cierto que los hombres vivimos inmersos siempre en la Esperanza. Nos pasamos la vida esperando cosas. Esperamos gozar en el futuro de buena salud (recuperarnos de las enfermedades que padecemos hoy y no contraer nuevas mañana); esperamos alcanzar correspondencia en la persona amada; esperamos también encontrar en nuestra carrera profesional un reconocimiento acorde con nuestro esfuerzo y merecimiento, sin ser diana del "spurns / that patient merit of the unworthy takes" (el desprecio que el mérito esforzado recibe de los indignos, Shakespeare dijo); esperamos un mundo sin injusticias sociales y sin potencias militares que se erijan por la fuerza en guardianes globales que invadan y arruinen ilegalmente otros países; mucha gente espera una vida futura feliz en el más allá, tras la muerte; esperamos, en fin, ya en un plano más banal, que la suerte nos sonría en los juegos de azar. Esperamos, esperamos. Hasta una sintonía publicitaria de una lotería nos recuerda nuestras omnipresentes esperanzas, proclamando machaconamente: "No me llames iluso, porque tenga una ilusión".

 

Los antiguos griegos y romanos eran tan conscientes de la importancia de la esperanza como actitud mental, que hicieron de este sentimiento una diosa y un motivo literario. Ya en un interesante y complejo pasaje de Hesíodo (Trabajos y días, 90-99), se expone que la primera mujer de la humanidad, Pandora, recibió de Zeus una jarra que contenía todos los males, con la orden de que no la abriera. Pero su curiosidad malsana la empujó a abrirla. Así, dispersó los males por la faz de la tierra. Sólo la Esperanza permaneció en la jarra, lo que parece sugerir que la Esperanza es el único asidero a disposición del hombre frente a las desgracias imperantes en el mundo:

 

 

"En efecto, antes vivían sobre la tierra las tribus de los hombre libres de males y exentas de la dura fatiga y las penosas enfermedades que acarrean la muerte a los hombres. Pero aquella mujer, al quitar con sus manos la enorme tapa de una jarra los dejó diseminarse y procuró a los hombres lamentables inquietudes. Sólo permaneció allí dentro la Esperanza, aprisionada entre infrangibles muros bajo los bordes de la jarra, y no pudo volar hacia la puerta; pues antes cayó la tapa de la jarra."

Jean Coussin (1530-1560): Eva Prima Pandora

 

En Roma, la Esperanza (Spes) fue venerada como diosa desde el siglo V a.C.; en su honor se erigió un templo en el Forum Holitorium de la ciudad (según Tito Livio II 51, 2). El templo sería destruido por un incendio, pero Germánico César mandó reconstruirlo en época imperial, ya que la Esperanza, precisamente en su advocación de Spes Augusta, se asoció con la prole de la familia imperial, como patrona, por tanto, de la dinastía imperial (Tácito, Anales II 49).

 

Ya en la poesía romana encontramos un tratamiento literario muy elegante sobre la Esperanza en el poeta elegíaco Tibulo (II 6, 15-28). Éste confiere una aplicación erótica al motivo: se queja del desdén que sufre por parte de su amada Némesis y, a pesar de que en su desesperación vislumbra incluso la posibilidad del suicidio, la Esperanza divinizada le da ánimos, como a otros ciudadanos en situaciones desesperadas:

 

Desabrido Amor: ojalá pueda ver rotas las armas de tus flechas

y apagadas tus antorchas.

Tú me torturas, desdichado de mí; tú me obligas a proferir soeces

improperios y a decir sacrilegios con mente enajenada.

Ya habría puesto fin a mis desgracias con la muerte, pero la crédula

Esperanza sostiene mi vida y me dice continuamente que mañana será mejor.

La Esperanza alienta a los labriegos, la Esperanza hace confiar a los arados surcos

la simiente, para que el campo la devuelva multiplicada;

Ésta captura a los pájaros, Ésta captura a los peces con la caña,

cuando ha escondido los afilados anzuelos dentro del cebo.

La Esperanza consuela incluso al encadenado a tenaz grillete:

las piernas resuenan con el hierro, pero canta a pesar de su carga.

La Esperanza me promete una Némesis complaciente, pero ella se niega:

¡ay de mí, cruel muchacha, no venzas a una Diosa!

 

 

Por su parte, Ovidio desarrolló igualmente una elaborada digresión retórica sobre la Esperanza, esta vez con una conexión política. Sufre la tragedia del exilio, pero la Esperanza le da ánimo en medio de su desgracia (Pónticas I 6, 29-42):

 

Esta Diosa, cuando los demás dioses abandonaron las comarcas impías,

fue la única que permaneció en la tierra aborrecida por los dioses.

Ésta hace que viva el minero, incluso con los tobillos encadenados a grillos,

y que confíe en ver sus piernas libres de las cadenas.

Ésta hace que el náufrago, aunque no vea la tierra por ninguna parte,

siga agitando sus brazos en medio del mar.

A menudo el cuidado diligente de los médicos deshaucia a un enfermo,

pero la Esperanza no decae, aunque falle el pulso.

Se dice que los presos de la cárcel abrigan esperanzas de salvación,

y hasta alguno, ya colgado de la cruz, continúa haciendo votos.

¡Cuántos hubo que esta Diosa no consintió que murieran en muerte sentenciada,

cuando la horca ya rodeaba sus cuellos!

También a mí, cuando me disponía a poner fin a mi dolor con la espada,

me convenció y me detuvo echándome la mano encima.

 

 

Estas ideas sobre la Esperanza han pervivido en Occidente, incluso en la sabiduría popular de los refranes. Por ejemplo, decimos "La esperanza es lo último que se pierde", así como "Mientras hay vida, hay esperanza", muy en la línea de una afirmación de Séneca (Epistolas LXX 6): Omnia... homini, dum vivit, speranda sunt ("Mientras vive el hombre, aún puede esperarlo todo").

 

Desde el Renacimiento los citados pasajes clásicos sobre la Esperanza (y otros más no citados) podían ser cómodamente consultados en alguna de las antologías temáticas de pasajes clásicos (con formato de diccionario) que pululaban, como el libro Illustrium poetarum flores (1507) de Octaviano Mirándula, o el Florilegium magnum (1604) de Joseph Lang. En alguna de estas ediciones, bajo la entrada "Spes", Lope de Vega debió de consultar los textos ya citados de Tibulo o de Ovidio, pues este poeta compuso su Soneto 76 del libro Rimas (1609), que es una elaborada imitación del tópico literario. Lope de Vega desarrolla la aplicación erótica del motivo, tal como hemos documentado en Tibulo, si bien con un sesgo más pesimista. Afirma que todo hombre sufre las desgracias presentes en la esperanza de un futuro mejor, pero el enamorado que afronta el desdén de su amada sin esperanza sufre más:

 

 

Sufre la tempestad el que navega,
el enojoso mar y el viento incierto
con la esperanza del alegre puerto,
mientras la vista a sus celajes llega.

En la Libia calor, hielo en Noruega,
de sangre de armas y de sudor cubierto,
sufre el soldado; el labrador, despierto
al alba, el campo cava; siembra y riega.

El puerto, el saco, el fruto, en mar, en guerra,
en campo, al marinero y al soldado
y al labrador anima y quita el sueño.

Pero triste de aquel que tanto yerra,
que en mar y en tierra, helado y abrasado,
sirve sin esperanza ingrato dueño.

 

El motivo de la Esperanza, en relación con la motivación amorosa, ha encontrado actualidad en una reciente canción pop. El cantante Joaquín Sabina recibió en un hotel de México, el 18 de octubre de 1996, una carta del Subcomandante Marcos, en la que éste incluía un poema como texto de canción, para que Sabina lo musicara. Sabina ha tardado en realizar el encargo, pero finalmente puso música al texto del Subcomandante, añadiendo una segunda estrofa. La canción resultante, titulada "Como un dolor de muelas", es, en mi opinión, la mejor del último álbum de Sabina, Dímelo en la calle (2002). En la parte de la letra escrita por el Subcomandante Marcos, éste abriga la esperanza de unirse con la amada ausente ("Llegar a ti"), y compara esta posibilidad con la realización de empresas muy difíciles o imposibles. Es decir, mediante un procedimiento similar al de Tibulo o Lope de Vega, el Subcomandante compara su esperanza amorosa con las esperanzas que en otras materias arduas pueden abrigar los hombres. He aquí el hermoso texto:

 

Como si llegaran a buen puerto mis ansias,

como si hubiera donde hacerse fuerte,

como si hubiera por fin destino para mis pasos,

como si encontrara mi verdad primera,

 

como traerse al hoy cada mañana,

como un suspiro profundo y quedo,

como un dolor de muelas aliviado,

 

como lo imposible por fin hecho,

como si alguien de veras me quisiera,

como si, al fin, un buen poema me saliera...

 

Llegar a ti.

 

Yo, para acabar, abrigo la esperanza de que todos los lectores de esta sección disfruten de una Navidad muy feliz y placentera, así como de un propicio año 2004. Y hago votos a mi diosa Esperanza para que así sea.

 

 

Gabriel Laguna Mariscal

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Se permite la reproducción, citando la fuente.

 

 

Se sugiere citar el presente artículo así (según normas del MLA):

 

Laguna Mariscal, Gabriel. "La esperanza es lo último que se pierde" Tradición Clásica. Diciembre 2003. Acceso 20 Dic. 2003. [cámbiese según proceda]

<http://www.uco.es/~ca1lamag/Diciembre2003.htm>

 

 

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