Gabriel Laguna Mariscal

Marginalia et adversaria. Febrero 2003

 

 

Celos hasta del pensamiento:

motivo antiguo y actual

 

© Gabriel Laguna Mariscal

 

 

Antonio López: Josefina leyendo

En un cuestionario se preguntaba a la poeta española Aurora Luque por alguna cosa especial que le hubiera acontecido en relación con el cultivo de la poesía. Realmente me interesó y conmovió leer su respuesta:

"Una noche, traduciendo un epigrama de la Antología Palatina, me sorprendió que simultáneamente la letra de una canción de Radio Tres Pop dijera de manera literal lo mismo que el poeta de hace dos mil y pico años. Me dio un escalofrío." [1]

Ignoro a qué epigrama antiguo y a qué canción moderna se refería concretamente Aurora, pero prometo preguntárselo en el mes de Julio, cuando venga a la Universidad de Córdoba como ponente del Curso de Verano que estamos organizando sobre el tema "La Tradición Clásica en la poesía española contemporánea".

El caso concreto que suscitó el repeluzno de Aurora Luque no es único ni excepcional. En la cultura occidental moderna, tanto en poesía como en letras de canción (desde la ópera hasta la copla española y andaluza, desde el bolero cubano hasta la balada pop), se manifiesta un universo conceptual y formal determinado para caracterizar el sentimiento amoroso: imágenes literarias, formas de expresión, metáforas y tópicos.

Pues bien, esta forma de concebir poéticamente el amor y la atracción entre sexos no ha nacido, como muchas veces se asegura, ni en el amor cortés de la poesía provenzal, ni con Petrarca, ni en el Romanticismo, sino que se remonta a la poesía clásica grecolatina. Y dentro de esta poesía clásica dos géneros han tenido una especial trascendencia:

viñeta

el epigrama griego de época helenística (siglos III y II a.C.), recogido en la Antología Palatina a la que se refería Aurora Luque, y

 

viñeta

la elegía amorosa latina, que se desarrolló en Roma durante la segunda mitad del siglo I a. C. y que, "inventada" por Cornelio Galo, tuvo como principales cultivadores a Propercio, Tibulo y Ovidio.

 

The Greek Anthology (Loeb). Vol. I

Para demostrar y ejemplificar esta influencia, hoy querría detenerme sobre un curioso tópico literario: el de los celos. Y no hablo de los celos convencionales, hasta cierto punto explicables, y definibles como el sentimiento de "sospecha, inquietud y recelo de que la persona amada haya mudado o mude su cariño, poniéndolo en otra" (definición del DRAE). No, me refiero a un caso paradójico de celos: aquellos que siente el amante por las cosas (sí, las cosas u objetos) que están en contacto directo, físico, con la amada. Estos celos se verbalizan tradicionalmente mediante dos fórmulas distintas:

viñeta

a) La fórmula aseverativa de "Tengo celos de / envidio...", seguida de la lista de objetos que ocasionan el sentimiento.

 

viñeta

b) La fórmula desiderativa de "Ojalá fuera yo...", mediante la cual el amante desea convertirse en el objeto u objetos en cuestión.

Este tópico me lo ha recordado la audición en la radio del bolero "Envidia", cantado últimamente por el cantante Valderrama a dúo con Ana Belén, y perteneciente a su álbum La memoria del agua. Pero el bolero, compuesto por los hermanos García Segura, había sido popularizado por el meloso y sentimental Antonio Machín décadas atrás. Copio a continuación la letra de la canción:

Envidia.

Tengo envidia de los valles,

de los montes y los ríos,

de los pueblos y las calles

que has cruzado tú sin mí.

 

Envidia.

Tengo envidia del pañuelo

que una vez secó tu llanto,

y es que yo te quiero tanto

que mi envidia es tan sólo amor.

 

Envidia.

Tengo envidia de tus rosas,

tus paredes y baldosas,

de tu casa y de tus cosas

porque están cerca de ti.

Y mira si es grande mi amor,

que cuando digo tu nombre

tengo envidia de mi voz.

 

Envidia.

Tengo envidia del pañuelo

que una vez secó tu llanto.

Y es que yo te quiero tanto

que mi envidia es tan solo amor.

 

Envidia... envidia...

Como se aprecia, toda la letra se desarrolla según la primera fórmula, de carácter aseverativo: "Tengo envidia de...", seguida de la enumeración de doce entidades inanimadas: valles, montes, ríos, pueblos, calles, pañuelo, rosas, paredes, baldosas, casa, cosas, voz.

Sin embargo, en la poesía clásica predomina el esquema segundo, de talante optativo. En efecto, los poetas griegos, ya desde el siglo V a.C., manifiestan su ardiente deseo de convertirse en diferentes objetos para estar en contacto o, al menos, más cerca de su amada [2]. En un ejemplo anónimo quizá del siglo III a. C., perteneciente a la Antología Palatina (V 83-84) a la que se refería Aurora Luque, los objetos imaginados son el viento y la rosa. El epigrama dice así:

Lucien Freud: Muchacha con rosas (1948)

Ojalá fuera yo el viento y tú, al llegar al sol,

   desnudaras tus pechos y mis soplos recibieras.

 

Ojalá fuera yo purpúrea rosa, para que con tus manos

   me arrancaras, y a tus níveos pechos me entregases.

 

El género poético de las Anacreónticas se desarrolló durante un período muy amplio de tiempo, desde la época helenística tardía (siglos II-I a.C.) hasta ya plena época bizantina (siglo V d.C.). En imitación del auténtico Anacreonte (siglo VI a. C.), este género se enmarca en el contexto social del banquete o simposio, y temáticamente ensalza los placeres de la vida, como el vino, el sexo o la amena conversación. Las Anacreónticas habrían de tener una inmensa influencia en las letras europeas desde su publicación por Henri Estienne en 1554 (en España, por ejemplo, dejarán una impronta sustancial en Francisco de Quevedo, Esteban Manuel de Villegas y Juan Meléndez Valdés; luego mencionaré el desarrollo del género en el siglo XVIII). Pues bien, una composición perteneciente a esta colección, la Anacreóntica 22, constituye un ejemplo completo y curioso del tópico. Desconocemos al autor y la fecha de composición (que muy bien pudiera situarse en el siglo I a.C.). Resulta muy llamativa la cantidad de objetos distintos, hasta siete, en que el sujeto lírico ansía convertirse (espejo, túnica, agua, perfume, perlas... y hasta sujetador y sandalias). El texto de la Anacreóntica dice así:

Una vez la hija de Tántalo

se convirtió en piedra en las costas frigias,

y la de Pandión, en tiempos,

vuelta en golondrina, alzó el vuelo.

Ojalá yo fuera tu espejo,

para que siempre me miraras;

túnica me hiciera,

para ir sobre ti siempre;

ansío volverme agua,

para bañar tu cuerpo;

tornarme, mujer, esencia,

para ser tu perfume;

ceñidor de tus senos;

perlas para tu cuello;

¡incluso sandalia sería yo,

con tal de que me pisaras!

Hombre calzando a muchacha

La sumisión del enamorado es tal que no le importaría convertirse en objetos mezquinos (sujetador, sandalias), con tal de sentir el contacto íntimo de la amada. Esta Anacreóntica es una de las que tradujo libremente Don Esteban Manuel de Villegas (1589-1669). Este curioso poeta español de plena época barroca vivió toda su vida de las rentas, y, así, pudo consagrar todo su tiempo a la imitación de poetas clásicos como Horacio, Catulo y Anacreonte. Su imitación de la citada Anacreóntica 22 es el Monóstrofe 21, "A su muchacha", inserto en el Libro IV de la Primera Parte del libro Eróticas (1618), y dice así:

Así como la Niobe

se transformó en peñasco,

Y Progne en golondrina

que luego fue volando,

yo también en espejo

(¡hiciésenlo los hados!)

mudarme ya querría,

porque me estés mirando;

y luego en vestidura

por ser de ti tocado,

y en agua cristalina

por caer en tus manos;

oh quién ungüento fuera

dulce, suave y blando,

por ungir los secretos

al lecho reservados;

collar de tu garganta,

faja de tu regazo,

y luego zapatilla

porque me estés pisando.

Al final de la época helenística (alrededor del año 100 a.C.) vivió y escribió un romántico y sentimental poeta llamado Meleagro de Gádara. Compuso este sentido epigrama dirigido a su amada Zenófila:

Paolo Veronese: La visión de Santa Elena

Tú duermes, Zenófila, pimpollo exquisito: ¡si ahora sobre ti

   yo, como un sueño sin alas, entrase a posarme sobre tus párpados,

y ni siquiera ése que acaricia los ojos del propio Zeus

   acudiese a ti, y te poseyera sólo yo!

 

(Aquí Meleagro manifiesta su deseo de convertirse en sueño (fórmula b) pero, al mismo tiempo, acusa celos de ese sueño, de acuerdo con la fórmula a.)

En la literatura latina, Ovidio, tan sistemático y prolífico siempre, dedica exclusivamente al motivo una extensa composición de 28 versos. Se trata de Amores II 15. En este poema, el sujeto lírico regala un anillo a su amada, pero envidia la suerte del anillo y anhela convertirse en él (vv. 7-9, 11-14):

¡Serás, anillo afortunado, manoseado por mi dueña!

   Yo, desgraciado, siento ya envidia de mi propio obsequio.

¡Ojalá pudiera convertirme de pronto en mi propio regalo [...]!

Entonces yo, si quisiera tocar los pechos de mi ama

   e introducir mi mano izquierda por su túnica,

aun estrecho y ceñido me escurriría de su dedo

   y suelto caería en su seno con maña extraordinaria.

El tópico encuentra también desarrollo en la poesía medieval, seguramente en imitación de Ovidio. En una composición anónima titulada De pulice libellus ("El poema de la pulga"), el enamorado imagina que se convierte en... pulga (!) para escudriñar y tantear todos los recovecos del cuerpo de su amada.

Como es sabido, en el siglo XVIII el género anacreóntico conoció por toda Europa un renovado fervor (incluso Goethe lo practicó, con bastante acierto). Quizá el principal cultivador del género en las letras españolas de la época fue el poeta pacense Juan Meléndez Valdés (1754-1817), especialmente en su etapa de juventud. Él tiene una sección entera de "Odas anacreónticas" dentro de sus Obras completas. El propio poeta, en su Advertencia a la edición de 1797, declara que en una sección "han sido mis guías el mismo Horacio, Ovidio, Tibulo, Propercio, y el delicado Anacreonte. Formado con su lección en mi niñez y lleno de su espíritu y sus encantos, hallará el lector en mis composiciones seguidas con frecuencia sus brillantes huellas." [3] Pues bien, en la Oda XXVI de la sección "La Paloma de Filis", Meléndez Valdés combina la envidia que siente por la paloma de su amada Filis con el deseo que abriga de convertirse en el ave (vv. 1-8, 13-20, 37-40, 45-48):

Si yo trocar pudiera
con mágicos hechizos
mi ser, o transformarme
según el gusto mío,

yo me mudara, oh Filis,          5
en tu paloma, y nido
hiciera donde mora
cautivo el albedrío. [...]

Entonces ¡oh ventura
inefable! ¡oh destino
de tu paloma! ¡oh suerte       15
que mil veces envidio!

yo me viera en tu falda,
y al punto de un vuelito
a posar en tu seno
me subiera atrevido. [...]      20

De tu purpúrea boca
tomara con el pico
la ambrosía más pura,
de tus manos el trigo. [...]    40

¡Oh dicha imponderable!        45
¡Oh paloma! ¡Oh cariño
mal gastado! ¡Quién fuera
lo que necio imagino!

Y, tras este "tour", volvemos al punto de donde partimos: a la poesía y canción contemporáneas. El motivo reaparece en un célebre bolero de los años 50 titulado "Júrame", compuesto por María Grever. El bolero empieza así:

Todos dicen que es mentira que te quiero,

porque nunca me habían visto enamorado.

Yo te juro que yo mismo no comprendo

que por qué tu mirada me fascina.

 

Cuando estoy cerca de ti no estoy contento

y quisiera que de nadie te acordases:

tengo celos hasta del pensamiento

que pueda recordarte a otra persona amada.

Se aprecia claramente cómo el sujeto combina los celos habituales, esta vez retrospectivos ("y quisiera que de nadie te acordases"), con los celos de entidades abstractas que estamos documentando como tópico: "tengo celos hasta del pensamiento" (v. 7).

En España, Torcuato Luca de Tena publicó en 1958 la novela Edad prohibida, un libro que fue emblemático como "novela de iniciación" para los que fuimos adolescentes en las décadas de los 60 y 70, con una repercusión sociocultural comparable a la que tuvo entre los jóvenes americanos la novela El guardián en el centeno (The catcher in the rye, 1945) de J. D. Salinger. El libro de Luca de Tena cuenta las peripecias de una pandilla de adolescentes, que estudian en un colegio religioso. Uno de los chicos de la pandilla, llamado Adolfo, escribe como ejercicio escolar de composición poética (y lee ante la clase) un soneto estupendamente ejecutado que desarrolla exactamente el tópico de marras [4]:

Edad prohibida: cubierta de la edición Andrés Bello

Quisiera ser estrella para verte.

Y quisiera ser bosque y ocultarte.

Y ser nube del valle y abrazarte.

Y quisiera ser viento y sorprendente.

 

Quisiera ser el mar. Adormecerte.

Y al ritmo de mis ondas acunarte.

Y ser un alto sueño y ensoñarte.

Y ser llama de amor para quererte.

 

Quisiera ser la brisa que respiras.

Quisiera ser la fuente donde bebes.

Quisiera ser el río en que te miras.

 

Quisiera ser el aire en que te mueves.

Y yo quisiera ser, cuando suspiras,

el Pensamiento, amor, en que me lleves.

El joven aprendiz de poeta manifiesta su deseo de ser hasta doce (12) cosas o entidades abstractas diferentes: estrella, bosque, nube, viento, mar, sueño, llama, brisa, fuente, río, aire, Pensamiento. Recurre, pues, a la fórmula b, la desiderativa. La lista de objetos supera en número la sarta de la Anacreóntica, constituida "sólo" por siete, e iguala el número del bolero "Envidia". Respecto a la naturaleza de esos elementos, el "Pensamiento" que clausura solemnemente la enumeración ya estaba en el bolero "Júrame". De los once restantes, al menos cinco cuentan claramente con antecedentes clásicos: la "brisa" y el "aire" retoman el viento del epigrama anónimo citado; el "sueño" ya estaba en Meleagro; el "río" reflectante y la "fuente" recuerdan nítidamente el espejo y el agua de la Anacreóntica. ¿Se trata de una evocación consciente de la tradición literaria o de un fenómeno de coincidencia casual? Es muy díficil determinarlo. No me atrevo a hablar de influencia directa, por temor a que me riña mi amigo Vicente Cristóbal. Quede, no obstante, el poema como vástago contemporáneo de una larga tradición.

Quiero acabar este recorrido con una anécdota. Hemos comprobado cómo a algunos poetas no les importaría convertirse en los seres más deleznables (sujetador, zapatilla, pulga) con tal de entrar en íntimo contacto con la amada. ¿No nos recuerda esto a aquel deseo que, según filtró la prensa, formuló en una charla telefónica el Príncipe Carlos de Inglaterra: el de convertirse en un "Támpax" de su idolatrada Camila Parker? La principesca ocurrencia fue objeto de mofa y befa, pero nadie apuntó, creo, que su formulación evocaba un tópico literario de larga tradición. Sí es cierto que Su Graciosa Majestad extendió el motivo a un terreno francamente escatológico, al que no habían osado llegar los poetas clásicos. Privilegios de la Realeza.

 

© Gabriel Laguna Mariscal

Todos los derechos reservados.

Se permite la reproducción, citando la fuente.

 

 

Se sugiere citar el presente artículo así (según normas del MLA):

 

Laguna Mariscal, Gabriel. "Celos hasta del pensamiento: motivo antiguo y actual" Tradición Clásica. Febrero 2003. Acceso 20 May. 2003. [cámbiese según proceda]

<http://www.uco.es/~ca1lamag/Febrero2003.htm>

 

 

 

Notas

[1] El cuestionario está en José Luis García Martín (ed.), Selección nacional. Última poesía española, Gijón: Universos, 1998, p. 45. Volver al texto principal.

[2] Una lista no exhaustiva de objetos y textos es la siguiente: los poetas desean convertirse en lira (Poetas Mélicos Griegos 900 Page), viento y rosa (Antología Griega V 83-84 [anónimo]), Sueño (Antología Griega V.174 [Meleagro]), delfín (Antología Griega XII 52 [Meleagro]), mirlo (Antología Griega XII 142 [Riano]), carcoma (Antología Griega XII 190 [Estratón de Sardes]), lirio (Antología Griega XV 35 [Teófanes]), espejo, vestido, agua, perfume, sujetador, perlas y sandalia (Anacreónticas 22 [anónimo]), abeja (Teócrito, Idilios III 12-14), en anillo (Ovidio, Amores II 15) y en pulga (De pulice libellus). Tomo los datos de A. Ramírez de Verger (ed. y trad.), Ovidio. Amores, Madrid: Alianza Editorial (BT 8243), 2001, pp. 173-174. Volver al texto principal.

[3] Observación en J. Marco (ed.), Juan Meléndez Valdés. Poesía y prosa, Barcelona: Planeta (Clásicos Universales Planeta 191), 1990, pp. 14-15. El texto citado de la Oda XXVI de "La Paloma de Filis" procede de esta misma edición, pp. 88-89. Volver al texto principal.

[4] Texto en Torcuato Luca de Tena, Edad prohibida, Santiago de Chile: Editorial Andrés Bello, 1989, p. 137. Volver al texto principal.

 

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