Marginalia et adversaria. Mayo 2004
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© Gabriel Laguna Mariscal
Los enamorados aman escribir el nombre de sus amadas. En las cortezas de los árboles, sobre la arena de la playa, en los cuadernos escolares, en las paredes de la calle, en las pizarras, sobre servilletas de papel, en los billetes de autobús. ¿Por qué?: arcanos de la psicología humana. Quizá escribir el nombre de la amada consuela de la ausencia de ésta: el nombre nos recuerda y acerca a la persona. Por otro lado, escribir o pronunciar el nombre del ser amado proporciona un sentimiento de poder y posesión: en virtud de una especie de magia simpatética, el nombre representa a la persona, de la misma manera que en el vudú el muñeco simboliza a la persona a la que se pretende afectar con el rito. También la escritura del nombre parece garantizar el control sobre el ser nombrado. Como dijo Jorge Luis Borges en su poema "El Golem", el nombre comparte la esencia del objeto nombrado:
En esa línea, en la canción del verano de 1969, titulada “María Isabel”, del grupo Los Payos, una estrofa se refería a la escritura del nombre como rito de posesión:
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Un hermosísimo poema de Gloria Fuertes (1918-1998) [1], perteneciente al libro Todo asusta (1958), incide en la misma idea: escribir y proclamar a los cuatro vientos el nombre de la persona amada es un tic, un rito que consuela de la ausencia del amado y que, de hecho, sirve como sustitutivo de la relación amorosa misma (“no llevo encima nada más que tu nombre”):
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En la poesía clásica grecolatina se documenta frecuentemente este motivo [2]. Especialmente en contextos bucólicos, los pastores graban sobre las cortezas de los árboles los nombres de sus amadas. Curiosamente, la palabra latina para “libro”, liber, significaba originalmente “corteza” de un árbol. Por tanto, las cortezas fueron el primer libro poético de la historia literaria. Sobre este “libro” arbóreo, los pastores proclaman su amor, elogian la belleza de su amada o lamentan su ausencia. Parece que el joven mítico Aconcio fue el primero que inscribió el nombre de su amada Cidipe sobre un árbol, si hemos de dar fe al testimonio de Calímaco (Aetia, fr. 73 Pfeiffer):
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Otro joven mítico que también gustaba grabar sobre árboles el nombre de su amada fue el troyano Paris. La reciente película Troya nos recuerda al personaje de Paris como seductor y raptor de Helena, esposa de Menelao, el rey de Esparta. Este rapto fue la causa de la guerra de Troya, que enfrentó a griegos y troyanos. Pero antes de todo eso y antes de ser reconocido como hijo del rey Príamo, Paris vivió como un simple pastor, como un esclavo, en el campo, en el monte Ida (en las proximidades de Troya). Allí una ninfa fluvial llamada Enone se enamoró de él. Fue correspondida y se casaron. Enone, según nos cuenta Ovidio, recordará después de la deslealtad de Paris que éste había grabado los árboles del entorno con el nombre de ella y con promesas de fidelidad (Heroidas V 22-31):
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El comandante romano Cornelio Galo fue también un apasionado enamorado que
escribió cuatro libros de poesías, con el título de Amores, dedicadas a
una casquivana actriz llamada Citéride, a la que alude con el pseudónimo poético
de Licóride y que le produjo muchos quebraderos de cabeza y mucho dolor de
corazón. La obra de Cornelio Galo se ha perdido casi enteramente, pero
Virgilio, gran amigo de Galo, lo retrató sufriendo de males de amor por la
infidelidad de Licóride. Según Virgilio, Galo decide retirarse a la Arcadia (una
comarca escarpada, agreste y remota, situada en la península griega del
Peloponeso) para quejarse ante una naturaleza solitaria de la iniquidad de su
amada. (De manera similar, Don Quijote se retira a Sierra Morena, desde donde
escribo precisamente esto, para lamentar la ausencia de su Dulcinea: Parte I,
capítulos 25-26) En ese entorno bucólico de la Arcadia, Galo decide escribir sus
tristezas de amor sobre los árboles
(Virgilio, Églogas X 52-54):
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En el Renacimiento, el motivo se convierte en una convención de la literatura
bucólica, por influencia de Virgilio. Por ejemplo, en la novela pastoril más
famosa de la época, la Arcadia de Sannazaro (publicada en 1501), se
documenta varias veces. Y el motivo llega hasta El Quijote de
Cervantes. La doncella Marcela, convertida en casta pastora, suscita el amor
entre todos los zagales y pastores del entorno, lo que trae como consecuencia
una gran proliferación de inscripciones sobre los árboles:
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Y el propio Don Quijote, en su retiro de Sierra Morena, escribe sobre las cortezas de los árboles sus lamentos de amor en verso:
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Dando un gran salto en el tiempo, el motivo sigue con plena vigencia en la poesía contemporánea. Además de Gloria Fuertes, ya citada, un poeta contemporáneo como José A. Mesa Toré (Málaga, 1963), cantor de la experiencia amorosa, desarrolla el tópico. La inscripción sobre el árbol, representando quizá el típico corazón atravesado con una flecha, recuerda un amor adolescente, pero el soporte vegetal es mudable, como símbolo de que aquel amor también fue pasajero:
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Gabriel Laguna Mariscal
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Se sugiere citar el presente artículo así (según normas del MLA):
Laguna Mariscal, Gabriel. "Me gusta escribir tu nombre" Tradición Clásica. Mayo 2004. Acceso 20 May. 2004. [cámbiese según proceda] <http://www.uco.es/~ca1lamag/Mayo2004.htm>
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Notas
[1] Sobre Gloria Fuertes, puede consultarse la página Web de su Fundación:
http://www.gloriafuertes.org/biografia.htm
[2] Los siguientes pasajes tratan el motivo en la poesía clásica: Calímaco, Aetia frag. 73 Pfeiffer; Glauco de Nicópolis, Antología Palatina IX 341, 3-4; Virgilio, Églogas V 13-14, X 52-54; Propercio I 18, 19-22; Ovidio, Heroidas V 22-31; Calpurnio Sículo I 19-88, III 43-91. Volver al texto principal.
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