EDICIÓN
IMPRESA - Colaboraciones
El milagro de San
Rafael
Por DIEGO MEDINA/
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LA cultura occidental, como bien han puesto de relieve, entre otros, George Dumezil (Les dieux des Indo-Européens) o Mircea Eliade (Tratado de
historia de las religiones), siempre ha sido sensible al politeísmo, es
decir, respetuosa con la pluralidad de los dioses y, por ello, abierta y
respetuosa con la variedad y la complejidad.
Desde nuestros orígenes, griegos y romanos, el politeísmo ha sido la más
tradicional forma de la manifestación de la religiosidad de occidente.
Cualidad heredada intachablemente por el cristianismo católico -y no tanto
así por el integrismo protestante, que no tolera la veneración de imágenes-
capaz no sólo de venerar a un Dios «uno y trino» -la trinidad es un bello
misterio no exento de fuerte trascendencia en nuestra cultura jurídica- sino,
además, de reconocer a una hermosa pléyade de dioses menores representados en
la forma de arcángeles, ángeles, santos, etc.
La iglesia Católica, heredera de la tradición occidental ha sido siempre
respetuosa con el pluralismo politeísta. Los dioses, los arcángeles, las
vírgenes o los santos -la forma católica de vivir la religiosidad- demuestran
un gran respeto hacia el «politeísmo de los valores»; un respeto que siempre
ha presidido la ética de occidente y que, desde luego, el catolicismo ha sabido
prolongar (muy especialmente en las tesis tomistas).
El católico, desde niño, es educado en la devoción de las imágenes, en la
multiplicidad de las divinidades que sólo encuentran su unidad en el «uno»
divino -al que ya hiciera referencia Heráclito-.
Ser católico es ser devoto de un dios o de otro en un ejercicio de libertad
que, sin duda, favorece y facilita -psíquica y moralmente- la vida en
pluralidad y, por tanto, la libertad de elección.
Una de esas divinidades es San Rafael Arcángel, al que hoy conmemoramos,
patrón y custodio de la ciudad -como todo cordobés sabe-. Este Arcángel,
según cuenta el libro de Tobías, fue artífice de la liberación de Sara de la
opresión del demonio y de la curación de la ceguera de Tobías, y, además,
custodió al joven Tobías durante su periplo.
Este patrón de la Policía Urbana y de los hospitales de la orden de San Juan
de Dios -un dios más, de los muchos y plurales dioses occidentales- curó de
la ceguera a Tobías. Esperemos, pues, y pidámosle hoy que ejerce su patronazgo,
que muchos de los actuales ciegos, que no ven más allá de sus propias ideas y
que parecen quererlas imponer como verdades inapelables, vuelvan -por su
intercesión- a «ver» -por los principios tradicionales de occidente- y que, dejándo de desempolvar historias, aprendan a vivir en
pluralidad. Ojalá San Rafael obre el milagro
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