Hace años que vengo utilizando el correo electrónico, ya saben, el
correo virtual, el que nos llega por mediación de Internet -nuevo espacio, nuevo
mundo, en donde todo es virtual-. Uno de los efectos que he podido apreciar, con
el paso de los años, ha sido el incremento de ese sistema de comunicación. El
uso del E-mail se ha popularizado y extendido como la pólvora. Con el correo
electrónico y su popularización ha llegado también el fenómeno conocido bajo la
denominación de «Spam», es decir, los mensajes que nos llegan sin ser
solicitados (generalmente publicitarios). El Spam siempre es molesto, pues ocupa
espacio y, sobre todo, exige dedicar un tiempo para su eliminación.
Últimamente, entre los fastidiosos Spam me han llegado ciertos
correos de ciertas empresas dedicadas al viejo oficio de la alcahuetería. Quiero
decir, que estoy recibiendo ofertas de ciertas empresas que conciertan o
facilitan relaciones -más o menos lícitas- amorosas. Como es obvio, una de las
más conocidas alcahuetas de la literatura española es «La Celestina»; ahora, sin
embargo, nuestras Celestinas virtuales prefieren adoptar otras denominaciones,
otros nombres más comerciales.
He de confesarles que lo que más me preocupa de este fenómeno -me
refiero a encontrar «el amor» mediante Internet, es decir, virtualmente- es el
significado de soledad que lleva implícito. La Celestina -las alcahuetas-
funcionaba y era necesaria en la medida en que la mujer y el hombre se
encontraban, en otra época, aislados y no tenían posibilidad de contacto. Eso
explica perfectamente la función «social» de la alcahueta.
Cuando hoy día las gentes siguen requiriendo de la intermediación
de terceros para encontrar el anhelado «amor», la pareja ideal, están
demostrando, con ello, la soledad en la que se sienten inmersos. Cuesta trabajo
entender -al menos a mí me cuesta- que ingentes cantidades de jóvenes, que
pueden salir todos los días a la calle, y que pueden tener contactos reales,
conocer a otras gentes, acercarse a hablar con miles y miles de personas,
tengan, sin embargo, que recurrir a poner una foto y a describirse -ofertándose
como una mercancía- en una página Web con la esperanza de que alguien le vea y
se ponga en contacto con ellos. Me entristece pensar que esos miles de jóvenes
-y no tan jóvenes- enclavados en su soledad, no sean capaces, en nuestro tiempo,
de bastarse por sí mismos para hacer y cultivar sus amistades. Pese a todo,
puedo intuir la razón o el motivo de tal anomalía. ¿Y ustedes?. Píenselo, y
mientras piensan no dejen de tener en cuenta nuestra sociedad individualista y
gregaria.
DIEGO
MEDINA