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lunes 4 de julio de 2005

 

EDICIÓN IMPRESA - Colaboraciones

Epidemia y chocarrería

por DIEGO MEDINA MORALES/


 

YA he dicho numerosas veces -y vuelvo a insistir en ello- que muchos de los males que afectan a nuestra sociedad, o de los problemas sociales que en ella se manifiestan, no son producto más que de la epidemia de individualismo que sufrimos en nuestro tiempo. Hoy todo se mide en “clave de mi”. Mis derechos, mi vida, mi opinión, mi interés, mi personalidad, mi orientación sexual, mi salud, etc. El “mi”, además suele ir acompañado, como claro indicativo de esta epidemia, con el “hago lo que quiero”, de modo que el resultado es: “con mi vida hago lo que quiero”, “con mi orientación sexual hago lo que quiero” o “con mi salud hago lo que quiero”. Todo ello reforzado por la idea de tener “derecho a todo” mientras “no se haga daño a nadie”, que siempre es un buen recurso exculpatorio.

La epidemia de individualismo que padecemos, cuyos indicios describo, y que como consecuencia está produciendo una secuela genérica de insolidaridad, encuentra su origen en varios factores. Uno de ellos –quizá de los más importantes- es el aburguesamiento a que nuestra vida y educación ha sido sometida en los últimos años. Este aburguesamiento nos hace concebir las instituciones sociales –básicas para la vida en común- como meros formalismos sin trascendencia. Por ejemplo, si atendemos al fenómeno religioso podremos comprobar que cada vez somos menos los creyentes y, sin embargo, más los “absurdos practicantes” (me refiero a esos de las primeras comuniones burguesas, claro está; y a los de las grandes y opulentas bodas -también las civiles- que, sin escatimo de capital alguno, tratan vulgar y torpemente de reproducir las viejas formas institucionales; esas mismas solemnidades burguesas a las que dentro de poco se sumarán –pobres de ellos- los colectivos gay). Cual sea el significado de esas y otras instituciones, su valor, su trascendencia, creo que a muy pocos, hoy en día, le interesa; y menos aún a aquellos que deberían por coherencia criticarlas, los mismos que en vez de, por ejemplo, oponerse el matrimonio -como hizo congruentemente la izquierda en los 70- se dedican hoy a fomentarlo entre amplias fracciones de la población.

Cuando ahora desde tantos sectores sociales se oyen las quejas sobre el famoso y controvertido botellón, cuando ahora mediante la totalitaria ley (la ley siempre es totalitaria cuando no es plural y consuetudinaria) se pretende adjetivar la venta de alcohol como “ilegal” –y sin embargo en todos los medios de comunicación se incita a la bebida y a la droga-. Ahora, digo, cuando se critica a la guerra, pero los cines se llenan para venerarla (¡maldita hipocresía!). Ahora no cabe más que lamentar los efectos de una pérdida de conciencia responsable y solidaria en la sociedad, pérdida de la que todos, en cierta medida, somos responsables y que nos ha convertido en una “masa de individuos” de la que algunos pocos, sin escrúpulo, se aprovechan viviendo en ella como sectarios caudillos.