Hay quien juzga a la Iglesia sólo por las manifestaciones que, a
través de las cartas pastorales, hace su jerarquía o por los
comunicados de la Conferencia Episcopal. Se debería tener en cuenta
que la Iglesia católica parte de unos concretos principios y que,
como en cualquier otra institución, su jerarquía debe ser coherente
con su doctrina. Por ejemplo: si la Iglesia concibe al matrimonio, y
a la vida sexual en el matrimonio, como una unidad de amor
encaminada a la procreación, nada nos debe extrañar (estemos en ello
de acuerdo o no) que sus más altas jerarquías declaren pecado todo
método de anticoncepción, de otro modo se le podría criticar por
incoherente. Recientemente el asunto se ha referido al uso del
preservativo como medio paliativo para la epidemia de sida que vive
la humanidad. Muchos han alzado su voz contra la Iglesia acusándola
de intolerante e inhumana por no permitir, oficialmente, el uso del
preservativo. Quienes así se manifestaron olvidaban que en los
países más necesitados (donde los grandes laboratorios farmacéuticos
impiden la clonación y el bajo coste de fármacos paliativos) son
precisamente muchos misioneros/as (religiosos/as) quienes
distribuyen el preservativo entre los enfermos. Y no es que les
inviten a pecar, no. Conforme a la libertad de conciencia (tan
fundamentada por Santo Tomás) les dicen (como suelen hacer la mayor
parte de confesores) que sólo se peca si el uso que se hace del
preservativo es con el mero fin de evitar la procreación y que no
peca si es para evitar el contagio del sida. Hay más, la Iglesia es
tan tolerante que aún si alguno usa el preservativo con el mero
objetivo de evitar la procreación, basta un arrepentimiento
espontáneo y el confesor le perdona. El Estado, sin embargo, no
perdona ningún delito (a veces indulta y no siempre a los más
necesitados) y no por ello le llamamos intolerante.
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