Muerte y "ser"
A mi querido Padre y a mi amada Maricarmen que me aguardan.
No me cabe la menor duda de que la muerte no
equivale a la nada, al igual que la vida no lo es todo. La nada, como tiene
dicho Martín Heidegger, hace posible el trascender del "ser", pues es
la nada el elemento en el que flotan todos los entes; de modo tal que aun
desaparecidos todos ellos -todos los entes- todavía existiría la nada. La nada
acoge en sí a los seres y les da el elemento donde desarrollarse. La muerte,
pues, no es la nada, porque al contrario de ésta, no es un elemento, sino que
es un estado del "ser". Al igual que la vida, la muerte es un estado
y ambas (vida y muerte) son diversas formas del “ser" o del "existir"; de este modo,
podemos entender -con agrado- que la vida se conciba como una forma de existir
"en sí", mientras la muerte como una forma de existir "en los
demás". Así es y así, al menos, lo concibió Manrique al imaginarse el
"mundo de la fama"; la muerte nos recoge del presente y nos lanza al
pasado, nos quita actualidad, pero en modo alguno nos priva de potencialidad.
La muerte, sin duda, nos adscribe al recuerdo, pero ese también es un modo de
existir, que nos permite permanecer, de un modo u otro, en un presente al que
si bien ya no pertenecemos, sin lugar a dudas, todavía influimos. No!, la
muerte no equivale a la nada, por eso tras su llegada seguimos existiendo, es
decir, seguimos sosteniéndonos sobre la nada. Como dijera Alfonsina Storni,
solo el olvido nos hunde en la nada: "Y sabemos que un día seremos
olvidados / por la vida, viajero, totalmente borrados". El recuerdo de los
seres queridos es, pues, la mejor (y única segura) manera de que, día a día,
sigan ellos junto a nosotros, gozando de "existencia",
sobre-nada-ndo, es decir, teniendo presencia en nuestra vida.
Diego Medina Morales