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CÓRDOBA

Lunes, 14 de noviembre de 2005

OPINIÓN

 

 

EDICIÓN IMPRESA - Colaboraciones

Nación

Por DIEGO MEDINA/

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EL término «nación» -usado con frecuencia tanto por «imperialistas» como por «secesionistas»- admite varias lecturas, de forma que puede ser fácilmente instrumentalizado. Por lo general, cuando es utilizado políticamente adquiere unos contenidos ideológicos tan fuertes que, a veces, provoca, en quienes lo usufructúan, síntomas de semi-vehemencia o de éxtasis.

Que el discurso político pro-nacionalista contribuye a justificar la necesidad de «Estado» (de un Estado concreto queremos decir, o mejor aún, de unos estatócratras -que no necesariamente estadistas- concretos que lo representen) como mecanismo de organización política de un pueblo, no es algo que suscite muchas dudas. Que dicho discurso político es, además, un discurso liberal y de derecha, tampoco parece generar vacilaciones, baste recordar que su construcción, abstracto-racional y romántico-sentimental, tuvo origen en la burguesa necesidad de encontrar un elemento aglutinante capaz de reunir al pueblo (huérfano de Corona, tras la revolución) en torno a los intereses de su clase.

Esto nos conduce a pensar que el nacionalismo puede -suele- ser utilizado como un instrumento político-doctrinal, encaminado a conseguir -en las llanas gentes de a pie- el convencimiento de que existen «trascendentes razones» por las cuales un grupo de individuos -«selectos»- están llamados, de forma ineludible, a «organizar» políticamente esa comunidad.

Es decir, el nacionalismo -y su apelación por parte de la clase política- se convierte en un «perfecto» recurso para disponer a un pueblo a resistir «estoicamente» cualquier adversidad que el destino -o sus estatócratas- les depare (las adversidades políticas, por lo general, son imputables al abstracto destino, sólo los éxitos encuentran siempre un responsable concreto, es decir un autor conocido que se los atribuye), y a sujetarse, para «su bien», al virtuoso hacer y sabio discernir de quienes son llamados -«democráticamente»- a mandar tal comunidad -y a cobrar por ello-; es decir, a someterse al parecer de quienes, fomentadores de tal nacionalismo, contribuyen (activa o activistamente) al establecimiento de un «orden político-social» que los «nacional-identifique».

Si se decide, pues, que han de atribuirse más competencias a un territorio concreto porque, debido a ello, se va a «vivir mejor» o porque se van a conseguir objetivos difícilmente accesibles de otro modo (participando de «un -otro- Estado más extenso»); si conviene, quiero decir, que «cual si se tratase de un arruinado matrimonio» nos «separemos», que, entonces, se aduzcan razones tangibles y no otras tan abstractas.