El cazador responsable frente a los retos del sector cinegético

 

La caza es una actividad ligada a la especie humana desde hace milenios inmersa en un proceso de cambio. Los cambios socioeconómicos de nuestro país en las últimas décadas han asistido al nacimiento y desarrollo del mercado cinegético, que ha transformado el sector y el modelo de gestión para satisfacer la demanda de caza. El fenómeno de la caza en el siglo XXI se encuentra inmerso en un fuerte debate en el que se enfrentan diferentes posturas. Creemos que estamos en un momento clave en el que los cazadores pueden tomar la palabra para decidir qué modelo de gestión quieren potenciar y qué tipo de caza quieren consumir.

Autores: Olmo Linares y Juan Carranza. Unidad de Investigación en Recursos Cinegéticos y Piscícolas (UIRCP) Universidad de Córdoba-Junta de Andalucía

Dentro del sector cinegético debemos distinguir, por un lado, las actividades de gestión del aprovechamiento cinegético y, por otro, la acción de la caza. Salvo algunas excepciones, en la España actual la acción de cazar no tiene como principal objetivo conseguir alimento sino que está ligada a motivaciones particulares del cazador. Es aquí donde intentar alcanzar una definición de caza es complicado ya que el cazar se entrelaza con los sentimientos de cada cazador, convirtiéndose la caza en un fenómeno multidimensional y de carácter heterogéneo según modalidades, zonas de residencia, grupos sociales e inquietudes personales de cada individuo.

Para algunos cazadores la caza es una mera actividad recreativa practicada por el puro entretenimiento deportivo; para otros, además, supone la reafirmación de relaciones dentro de un  grupo social y la conservación del acervo cultural ligado a cada modalidad; para otros, incluso implica un sentimiento personal de carácter ritual y espiritual propiciado por el contacto con la naturaleza y la relación con la presa. Ya Ortega en su ensayo sobre la caza reconocía que no solo se la puede definir por sus finalidades, ya sea la de conseguir alimento o realizar un deporte, sino que tiene  significado detrás mucho más amplio y complejo. Elaborar una definición de la acción de cazar se escapa a la finalidad de este breve artículo. Aunque escasos para la importancia que tiene el fenómeno de la caza en nuestro país, existen algunos trabajos que abordan el tema de la caza desde la antropología de una forma rigurosa y que recomendamos al lector interesado (Delibes-Mateos et al., 2017; Sánchez-Garrido, 2010; Jiménez de Madariaga, 1999; Zulaika, 1992).

Un denominador común de la caza que podemos identificar es que todo cazador asume un coste por los servicios cinegéticos consumidos, bien mediante pago directo a precio de mercado o mediante pagos indirectos asociados a alguna forma de gestión o cogestión tales como las sociedades de caza o las peñas de cazadores o los propietarios que cazan en sus cotos
(RECAMAN, 2015). Es decir, el cazador elige  el coto donde caza y de algún modo paga por poder cazar en ese coto. El cazador ejerce su derecho a elegir el coto donde caza y lo hace  conforme a las expectativas previas a la jornada de caza una vez estudiada la oferta de los cazaderos posibles. Por ello, el cazador se configura  como un agente activo que, a través de una práctica secular, influye sobre los acotados y sobre la  biodiversidad existente en ellos, adaptándola a sus necesidades (Sánchez-Garrido, 2007). Por lo tanto, con su elección de consumir un tipo de caza frente a otra, actúa directamente sobre el  medio natural modificándolo, ya que apoya económicamente un tipo de gestión frente a otra. Es ahí donde el cazador debe ser consecuente con sus valores y responsable de su elección: elegir practicar la caza simplemente como un deporte de tiro a un animal en movimiento, o ir más allá y potenciar los valores ambientales inherentes a esta actividad ancestral ligada a la evolución de nuestra especie.

La caza industrial

Los cazadores expresan con frecuencia su preocupación por la decadencia de la caza natural en detrimento de la artificial (Vázquez-Guadarrama, 2012). Sin embargo, en las últimas décadas se ha producido una industrialización del sector cinegético especialmente en los modelos de gestión.  A partir de los años ochenta, consolidado ya el «boom cinegético», la demanda de caza superó a la oferta, y el esfuerzo por satisfacerla abocó a la concepción de esta actividad como negocio lucrativo que propicia la explotación intensiva de los recursos cinegéticos (González-López, 2013; Sánchez-Garrido, 2014; López-Ontiveros, 1992).

A punto de terminar la segunda década del siglo XXI son múltiples los signos de este proceso de industrialización del sector cinegético, y podríamos incluso afirmar que en España están disminuyendo alarmantemente los entornos donde se practica la caza de animales genuinamente silvestres fruto de una gestión cinegética sostenible.

La caza menor

En la caza menor la especie reina es la perdiz. El hecho de que la especie sea muy apreciada cinegéticamente se debe a lo peculiar y atractivo de su lance (Delibes, 1975), que ha propiciado la existencia de múltiples modalidades  radicionales de caza.

Las poblaciones españolas de perdiz roja sufrieron una disminución superior al 50 % desde 1973 a 1992, principalmente a causa de cambios en las prácticas agrícolas y a la caza en exceso (Blanco-Aguilar et al., 2004; Blanco-Aguilar et al., 2003). El fuerte descenso de la perdiz roja silvestre produjo un profundo cambio en el modelo de gestión para poder cubrir la demanda de caza sobre esta especie en el mercado. Debido a un desarrollo previo de la industria de la cría de perdiz en cautividad en nuestro país, el cambio de la gestión consistió fundamentalmente en la suelta de perdiz criada en granja. Las sueltas en España se incrementaron exponencialmente  desde 1990 (Blanco-Aguilar et al., 2008; Duarte et al., 2011) alcanzando cifras alarmantes, de entre  uno y dos millones de ejemplares, a principios del siglo XXI (figura 1).

Numerosos estudios han demostrado que las sueltas de perdiz no redundan  en la mejora de las poblaciones autóctonas sino que, al contrario, afectan negativamente al estado de conservación de las poblaciones y ponen en peligro la integridad genética de la especie. Recomendamos ver la muy completa revisión bibliográfica de Viñuela, 2013, disponible en español. En el discurso del cazador común no es difícil encontrar epítetos que catalogan a la perdiz proveniente de la cría en cautividad como perdices  de bote o de lata, o perdices de plástico (Sánchez- Garrido, 2006).

Varios estudios demuestran que la caza de una perdiz roja salvaje es, efectivamente, más valorada por los cazadores que la caza de perdices de granja (Delibes-Mateos et al., 2014; Vázquez-Guadarrama, 2012; Vargas, 2008). Un estudio de Díaz-Fernández que comparaba la oferta de los cotos comerciales que venden jornadas de caza en revistas y portales cinegéticos, realizado en 2010, observó que aunque en las ofertas de cacerías de perdiz había una gran diferencia de precios, no estaban relacionados con el tipo de perdiz que se le ofrecía al cazador. Una de las explicaciones que da el estudio a este fenómeno es que los cazadores desconfían de que una oferta de perdices salvajes sea real, otorgándole por tanto poco valor y no estando dispuestos a pagar más por una jornada de caza en estos cotos (Díaz-Fernández, 2013; Delibes-Mateos, 2017). Esta desconfianza se fundamentaría en la práctica demostrada de venta fraudulenta de perdices de granja como si fueran salvajes en el mercado (Delibes, 1992) y otro tipo de picarescas debidas a la falta de trazabilidad de los animales soltados en campo. Por lo tanto, la ausencia de garantías reduce la posibilidad de los consumidores de seleccionar el tipo de caza por el que estarían dispuestos a gastar un poco más, ya que no creen en la publicidad (Díaz-Fernández, 2013) a no ser que tengan algún contacto o referencia directa y personal con los gestores del coto que les asegure que las perdices son realmente de origen silvestre.

La caza mayor

En la caza mayor está muy extendido el uso en el lenguaje común del  concepto de «trofeo de calidad », solo hace falta echar un vistazo a alguna publicidad de las orgánicas o leer los comentarios en algunos foros de caza para entender que con «trofeo de calidad» hacen referencia a  unas cuernas grandes o a unas bocas de tamaño considerable; cuanto mayores, más «calidad».

El aumento de la oferta de caza mayor como una de las consecuencias del «boom cinegético» español (Lopez-Ontiveros, 1991) ha provocado una tendencia hacia la  ntensificación de los procesos de gestión. En el caso del aprovechamiento de ungulados como el ciervo, la gestión se lleva a cabo a lo largo de un gradiente de intervención creciente, desde la simple recolección  de machos silvestres criados en libertad, pasando por el uso de cercas cinegéticas, hasta la cría en granjas con una determinada selección de reproductores para criar trofeos en cotos cercados (figura 2).  Estos trofeos se terminan de criar en campo y se entregan al cazador, previo pago de la cantidad estipulada por el mercado.

En cuanto al jabalí, hace ya más de diez años Fernández-Llario ponía de relieve la evidencia de que se estaba produciendo una peligrosa proliferación de los cercones y un movimiento más o menos legal de jabalíes como único modo de asegurar unos resultados cinegéticos sorprendentes (Fernández-Llario, 2009). Una de las consecuencias de ello es la erosión genética de la especie, por no hablar de la transmisión de enfermedades y el aumento de las tasas de prevalencia (García-Jiménez et al., 2009). En este recién comenzado 2019 basta echar un vistazo a internet para ver cómo proliferan los anuncios de granjas de jabalíes, y ese tipo de aprovechamiento se va normalizando dentro del sector como una opción más de caza.

En caza mayor la excesiva intensificación es uno de los principales problemas que afectan a la gestión, por sus consecuencias tanto para el medio ambiente como para la propia especie gestionada. La intensificación puede conllevar excesos de densidad, con el consiguiente impacto sobre la vegetación natural, pero también el uso de criterios ganaderos en el manejo de las poblaciones con sus problemas genéticos asociados (Carranza, 2007).

A la vista de lo expuesto se nos plantean ciertas preguntas que creemos que el sector debe responder; o, como mínimo, cada cazador reflexionar individualmente antes de potenciar un modelo de gestión cuando elige en qué coto cazar y cómo. Por un lado nos asaltan preguntas concretas que merecen un debate abierto entre el colectivo de cazadores, como por ejemplo: ¿Por qué el cazador de perdiz no exige saber mediante una anilla si el ejemplar que caza es realmente silvestre o ha sido  soltado en el campo?, ¿por qué crece cada año el número de trofeos  homologados procedentes de ciervos nacidos en granjas y seleccionados genéticamente para aumentar el tamaño de las cuernas?, ¿por qué proliferan las oportunidades  para recolectar jabalíes-medalla criados especialmente para tal fin? A estas preguntas responde el mercado con una respuesta clara: hay clientes que así lo demandan y pagan por ello.

Otra pregunta que nos planteamos como investigadores es: ¿Existe una masa crítica de cazadores que demande cazar animales silvestres fruto de una gestión cinegética sostenible? Nuestra hipótesis de trabajo es que sí y creemos que la presencia de ese discurso legitimador de la caza como herramienta de gestión y del cazador como conservador de la naturaleza lo justifica. Por lo tanto creemos que los cazadores responsables con los valores asociados a la caza merecen tener la oportunidad de ejercer su derecho.  El cazador responsable debería poder consumir una caza de animales silvestres radicados en cotos donde se lleva a cabo una gestión cinegética sostenible. Entendiendo como gestión cinegética sostenible la que procura compatibilizar el aprovechamiento cinegético con la conservación de la biodiversidad, el carácter silvestre de poblaciones objeto del aprovechamiento y el mantenimiento de unas condiciones socioeconómicas satisfactorias.

El cazador debe ser realmente consciente de que, según el tipo de caza que consume, así es el tipo de gestión que fomenta. Por lo tanto, con su elección de consumir un tipo de caza frente a otra, actúa directamente sobre el medio natural modificándolo, ya que apoya económicamente un tipo de gestión frente a otra. Es ahí donde el cazador debe ser consecuente con sus valores y responsable de su  lección.

Actualmente nos encontramos con una situación en la que los conceptos teóricos del discurso de la caza se enfrentan en la realidad, en la acción, con la mercantilización cinegética del medio ambiente. La denominada caza natural, caza salvaje, caza autóctona, ha sufrido un retroceso drástico y en algunas zonas, con mucha tradición cinegética, una desaparición total (Sánchez-Garrido, 2007).

La certificación GECISO como alternativa

La certificación de la calidad cinegética bajo el Estándar Técnico GECISO (figura 3) es una oportunidad para que los cazadores reivindiquen cotos en los que se realice una gestión sostenible y mantengan poblaciones silvestres que les permitan practicar de forma genuina alguna de las  modalidades de caza propias de  nuestra tradición y no un sucedáneo adulterado.

Ya hace años que desde el sector se habla de la certificación de la «Calidad Cinegética» y de su futura implantación en el mercado como un marchamo de calidad ligado a criterios de gestión cinegética sostenible. En la Unidad de Investigación de Recursos Cinegéticos y Piscícolas (UIRCP; hasta ahora Cátedra CRCP), junto con numerosos investigadores de otros centros, hemos apostado desde el principio por el desarrollo de un sistema de certificación viable para los diferentes tipos de aprovechamientos cinegéticos a nivel nacional. Creemos que un sistema para certificar la gestión cinegética sostenible, por empresas certificadoras acreditadas por ENAC, no es tan solo deseable para el sector de la caza sino que es además necesario.

La certificación de la «Calidad Cinegética» es necesaria desde el punto de vista ecológico, ya que un sistema de certificación que distinga con una marca de calidad a los aprovechamientos que basen su gestión en criterios de sostenibilidad es una oportunidad para fomentar la gestión cinegética sostenible frente a la notable intensificación e industrialización de la caza a la que el sector se enfrenta en la segunda década del siglo XXI. Pero además, un sistema de certificación de la «Calidad Cinegética» implantado en el mercado es una herramienta para diferenciar la gestión sostenible y crear una oferta diferenciada de caza para cazadores que quieran algo más.  Mediante un sello de calidad otorgado a los cotos que voluntariamente se sometan a una certificación para demostrar la gestión sostenible que realizan, los cazadores tendrán la oportunidad de ejercer un consumo responsable de caza acorde con sus valores, apoyando la gestión sostenible y fomentando los buenos usos de los ecosistemas. La certificación de la «Calidad Cinegética» viene a dar capacidad de decisión al cazador como cliente para consumir un tipo de caza basada en una gestión que respeta unos criterios de sostenibilidad. La certificación de la «Calidad Cinegética» nunca será viable sin la apuesta de los cazadores por primar una gestión cinegética sostenible frente a otros modelos de gestión.

Las certificaciones de calidad en numerosos sectores actúan como punto de encuentro entre intereses públicos y privados y para demostrar ante el cliente y ante la sociedad en general el cumplimiento de unos principios de gestión sometiéndose a una certificación por terceros de forma voluntaria. Actualmente podemos encontrar certificaciones reguladas por normas reconocidas internacionalmente, como la ISO 9001 para sistemas de gestión de la calidad, o las normas de gestión medioambiental, como la familia de las ISO 14000, aplicables a cualquier sector. También existen muchos ejemplos de certificaciones aplicadas a sectores concretos, como la Q de calidad turística; las normas de calidad aplicables al sector alimentario, como la ISO 22000; normas de gestión de la calidad aplicables a la industria automovilística como ISO TS 16949; o la norma IRIS para la calidad en el sector ferroviario, entre otras. En ámbitos más cercanos al cinegético, como en el sector primario, también encontramos una amplia gama de normas relacionadas con calidad y la sostenibilidad ambiental, como la UNE 162002 para la gestión forestal sostenible, o el reglamento (CE) 834/2007 para la producción de alimentos ecológicos.

Durante la primera década del siglo XXI varias comunidades autónomas comenzaron a considerar la necesidad de introducir instrumentos de evaluación de la calidad en su legislación como alternativa para el fomento de la sostenibilidad de la actividad cinegética. Andalucía fue la primera  comunidad autónoma en mostrar un compromiso público con la certificación de la gestión cinegética sostenible  creando la marca «Calidad Cinegética de Andalucía». La comunidad autónoma andaluza, en la Ley 8/2003, de 28 de octubre, de la flora y la fauna silvestres, expresa la creciente necesidad de introducir instrumentos de evaluación de la calidad cinegética, y en el artículo 39 define las bases del sistema de calidad en puntos concretos. Sin duda, la marca «Calidad Cinegética de Andalucía» ha sido un catalizador imprescindible en la aparición de marcas similares en otras comunidades autónomas, como «Caza Natural de Extremadura» o «Caza Natural de Castilla-La Mancha». Son varios los puntos en común que mantienen las diferentes marcas: en las tres el concepto de «calidad cinegética» o «caza natural» está relacionado directamente con la sostenibilidad de los aprovechamientos cinegéticos. Cada una de las marcas ya tiene un marco legislativo referente a la obtención y uso de cada marca, que están definidos en mayor o menor grado en cada comunidad. Sin embargo, más de una década después de la aparición del concepto de «calidad cinegética » en nuestro país, ninguna  comunidad autónoma tiene un sistema de certificación en activo viable.

A nuestro juicio han sido varios factores los que han hecho que las certificaciones de calidad en el sector cinegético no terminen de ser efectivas. Por un lado las legislaciones autonómicas  redactadas hasta el momento presentan carencias debido a que el formato de un texto legal no permite el desarrollo necesario para la construcción de un marco teórico suficiente como para articular un sistema de certificación. Otro problema que podría retrasar la certificación de la calidad es la presión de los grupos del sector cinegético que basen su modelo de negocio en la caza industrial y que entiendan que la aparición de un nuevo mercado de caza natural podría amenazar sus intereses.

Cada modelo de aprovechamiento cinegético se corresponde con un tipo de paisaje, con un tipo de gestión, y ofrece un producto determinado para un tipo de cliente. Por lo tanto son modelos de cotos diferentes para cazadores diferentes que practican modalidades diferentes y que se relacionan de forma diferente con el medio natural. Pero todos, como clientes que eligen practicar la caza en un coto y no en otro, tienen unas expectativas previas a la jornada de caza que se ajustan a la oferta. Sabemos que la heterogeneidad de los tipos de cazadores es tan grande y las personas tan dispares que crear un interés común puede ser  complicado, pero creemos que es el momento de generar un movimiento que reivindique la figura del cazador responsable que apueste por  los valores de la caza natural frente a la caza industrial y de ese modo promueva la gestión cinegética sostenible en los terrenos cinegéticos

Publicado en la Revista TROFEO Nº febrero 2019

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