Platón y las dos retóricas

Jonathan Lavilla

En los diálogos platónicos no puede hallarse un tratamiento único y definitivo acerca de la retórica, sino una pluralidad de definiciones y de perspectivas al respecto. Tal vez el ejemplo más significativo sea el diverso enfoque del Gorgias y del Fedro. Si bien en el primero la retórica tradicional (en lo sucesivo retórica mala) es ferozmente rechazada y juzgada como una actividad carente de arte, en el segundo se expone que existe una retórica diversa, la cual constituye un verdadero arte y está orientada al bien (en adelante retórica buena). Sin duda, uno de los objetivos del primer diálogo es diferenciar netamente su propuesta, i.e. la filosofía, respecto a la retórica mala, la cual es caracterizada como una obrera de persuasión carente de arte. En el segundo, en cambio, si bien dicha demarcación sigue vigente, se trata, entre otras cuestiones, sobre la naturaleza del discurso filosófico; la filosofía, como la retórica tradicional, tiene que ver con la persuasión –en tanto que psychagogía a través del lógos–. Así, por una parte, se reconoce el carácter retórico de la filosofía, pero, por otra, se añade que la persuasión propiciada por la filosofía es producto de un saber técnico. Así, puede defender que existe una retórica buena que es practicada por la filosofía, sin desdibujar la línea divisoria trazada en el Gorgias entre retórica mala y la filosofía.

En realidad, este tratamiento no está exento de problemas. La presente comunicación atenderá a dos de ellos:

1. La distinción entre la retórica mala y la filosofía se funda, en buena medida, en la distinción entre el conocimiento y la opinión –o creencia–. La retórica tradicional no constituye un arte –sino una mera habilidad empírica–, puesto que no mantiene vínculos con el saber. No obstante, si bien es cierto que dicha distinción es empleada de modo reiterado en numerosos diálogos, en otros se apunta a que por más que sea útil para considerar ciertas cuestiones de un modo ideal, el humano encarnado nunca puede  alcanzar un conocimiento cierto –y por ello se puede ser filósofo, pero no sabio–, es decir, su pensamiento nunca puede estar libre de elementos doxásticos. Así, la dicotomía que sirve para diferenciar netamente la retórica mala de la buena resulta problemática.

2. Teniendo como elementos claves la dialéctica y el diálogo, la filosofía es indudablemente una actividad indisolublemente ligada a la discursividad. En ese sentido, reconoce que todo discurso –oral o escrito, público o privado– va unido necesariamente a cierto componente retórico, y así también su filosofía. Lo que resulta menos obvio es determinar si equipara la buena retórica con la filosofía; los especialistas están divididos a este respecto, como mostraremos.

Por último, aprovecharemos algunas de las consideraciones vertidas sobre el carácter retórico de la filosofía del Académico para reconsiderar la naturaleza de la escritura platónica y la complejidad de sus diálogos, refiriéndonos a su relación con el conocimiento y considerando cómo se plantea la cuestión de la transmisión del mismo.