Junto con las representaciones en corrales y en los salones de palacio, durante el siglo XVII cobrarán especial importancia las plazas públicas y la calle, en general, como marco para diversos tipos de espectáculo. Ya durante la Edad Media los juglares habían utilizado estos lugares para entretener a los ciudadanos e interrumpir así su rutina cotidiana. Pero durante este siglo surgirá un género de representación de especial trascendencia no sólo literaria, sino sobre todo social, por el contexto al que se adscribe. Se trata de los autos sacramentales. Estas representaciones alegóricas sobre episodios bíblicos y elementos de la eucaristía se integran dentro de una fiesta religiosa de especial importancia para la cristiandad, el Corpus Christi. Este nuevo género, surgido a mediados del siglo XVI, procede de una doble vertiente: la celebración de la fiesta del Corpus y el teatro litúrgico, de especial trascendencia durante el medievo.

     La celebración de la fiesta del Corpus Christi fue proclamada en el año 1264 por el Papa Urbano IV. Esta se extendería por los territorios de la cristiandad desde ese momento hasta que en 1316 un nuevo Papa, Juan XXII, le introduce un nuevo elemento: la procesión de la Hostia por las calles en el monumento de la Custodia, tal como hoy la conocemos. Respecto al teatro litúrgico, aparte del archicitado Auto de los reyes magos, desde finales de la Edad Media se representarán géneros como los misterios, las moralidades y otras obras de contenido religioso con los títulos de "auto" o "farsa". Estas se hacían coincidir con festividades del calendario litúrgico. Las más antiguas manifestaciones de la celebración del Corpus, a la manera en que se popularizaron durante el siglo XVII, se hallan a finales del siglo XVI en Valencia. Este hecho se deduce de que en el año 1575 se editan dos tomos de Juan de Timoneda en los que se recogían autos destinados a ser representados en la fiesta del Corpus.

     No obstante, no podemos entender estos textos dramáticos al margen del contexto socio-cultural al que se adscriben. De hecho el auto sacramental no constituía más que una parte -la principal- de un todo. Ese todo era una suerte de "ritual festivo litúrgico" -como lo ha llamado Díez-Borque- espacialmente adscrito a la calle y temporalmente inserto en la celebración de una determinada fiesta del calendario litúrgico, la del cuerpo de Cristo. Durante la celebración se organizaban diversos espectáculos callejeros, entre procesiones y representaciones. Pero dichos espectáculos al aire libre no eran únicos. El público de la época, culto o inculto, noble o plebeyo, civil o clérigo, sentía la necesidad de ver.

     Así se organizaban espectáculos en las calles que iban desde los montajes de los volatineros, corridas de toros o juegos ecuestres hasta las celebraciones por la visita de personalidades importantes, canonizaciones, etc. Las calles se convertían en el marco de estas celebraciones y, a tal efecto,llos edificios representativos se engalanaban con todo tipo de artilugios ornamentales. Se puede decir que Madrid será el paradigma de las celebraciones del Corpus. De ahí que pondremos las realizadas allí como ejemplo de la fiesta. Ésta abarcaba desde una procesión por las calles y edificios principales, hasta las representaciones concretas en plazas públicas, entre las que se distinguían las representaciones ante el pueblo de las representaciones ante el Rey y/o los Consejos.

     Todas las celebraciones resultaban del trabajo conjunto de gestión y administración de recursos entre las autoridades municipales, las eclesiásticas y la Corte. A tal efecto el "Consejo de la villa" nombraba la denominada Junta del Corpus. El dinero para costear los gastos de la fiesta se extraía del erario municipal y suponía un importante gravamen para aquél. Pensemos que el gasto solía ascender a unos 130.000 reales, siendo el sueldo de un jornalero de unos 240 reales al mes y la renta del Rey de 1.320.000 reales. Con ese dinero se costeaban los sueldos de los músicos del auto y los de la procesión, se pagaba al compositor del auto encargado, a la compañía profesional de actores que había de representar los autos, a los múltiples artesanos que construían los carros, tarascas, tablados, ... En definitiva, cada año se destinaba un presupuesto municipal para todos los actos de la fiesta del Corpus.

     La fiesta se componía, ya hemos visto, de una procesión por las principales calles de la ciudad y las representaciones específicas. Para la procesión se engalanaban las calles, se colocaban tablados (para la plebe y otros específicos para los Consejos y para el Rey), etc. En ella desfilaban: tarascas (encabezando el desfile), carros (similares a los utilizados en otras fiestas religiosas), gigantes (aportando el elemento exótico a la procesión caracterizados de negros, indios, turcos...) y grupos que interpretaban diversas danzas. Los carros eran los mismos que posteriormente se adherían al tablado, sirviendo de escenografía fundamental al texto dramático. Dichas infraestructuras no sólo cumplían funciones escenográficas sino que se aprovechaban para esconder la maquinaria y servir de vestuario a los intérpretes. Solían ser dos, contraponiendo así el bien y el mal, el vicio y la virtud, el cielo y el infierno, etc. Seguían las indicaciones de la denominada memoria de las apariencias, la cual constituía el marco alegórico del "sermón en representable idea" -como llamó Calderón al auto sacramental.

     La representación sobre los tablados dispuestos no se circunscribía sólo a la del texto sacramental. Aquel se complementaba con una loa, antes del auto y una mojiganga, para cerrar las representaciones. Aun así, no está muy claro que éste fuera el orden de las representaciones. Hay otras teorías que apuntan al orden: loa, entremés y auto sacramental. Pero, fuera uno u otro orden, lo que sí parece más cierto es que las tres debían responder  a los contenidos litúrgicos de la fiesta.

 

    

     Este tipo de espectáculos desaparecerían a finales del siglo XVIII debido a las múltiples trabas y acusaciones alegadas por los principales intelectuales adscritos a las novedosas corrientes de la Ilustración. Para ellos, este tipo de representaciones constituían "interpretaciones cómicas de las Sagradas Escrituras" y resultaban perjudiciales para las "buenas costumbres". El mismo Nicolás Fernández de Moratín -desde las filas de la Razón ilustrada- cuestionó la verosimilitud de las ficciones que en ellos se planteaban. Estas y otras críticas conducirán a que definitivamente sean prohibidos por una Real cédula en el año 1765.

* Imágenes:

  • Imagen 1. Fiesta conmemorativa en las calles de Madrid, 1623.
  • Imagen 2. Recorrido de una procesión, Madrid.

* Bibliografía: