En demasiadas ocasiones el estudio del teatro clásico se ha reducido al análisis de los textos dramáticos, leídos al margen de su historicidad. Para reintegrársela resulta un instrumento fundamental la reconstrucción de los espacios y los modos en que fue representado, como delimitación de su naturaleza de espectáculo y del público al que iba dirigido. Uno y otro establecen unos códigos precisos, y desde ellos es posible restituir, además del hecho escénico, el sentido mismo del texto dramático.

       Por esta razón hemos tomado como eje articulador de este conjunto de   imágenes el edificio teatral, como espacio físico, como maquinaria espectacular y   como lugar de encuentro del texto dramático con su público a través de todos   los mecanismos de mediación: la escena, la tramoya, los actores, sus   instrumentos, la distribución de los espectadores... o el precio de la entrada.   Una razón adicional es que los años que nos ocupan (desde mediados del XVI a   finales del XVIII) son -en el mundo europeo posterior al período grecolatino- los   de la consolidación del moderno edificio teatral. Nada parecido podemos   encontrar en el período medieval, época de celebraciones paralitúrgicas en torno   al altar, de fiestas caballerescas en los salones palaciegos y de espectáculos   juglarescos por calles y plazas; ni siquiera el renacimiento español ofrece mucho   más (al margen de su desarrollo dramático) que una continuidad de estos   modelos de espectáculos, aunque orientándose cada vez más a una dimensión   civil, menos religiosa o cortesana.

     Con las décadas finales del XVI comienzan a aparecer por distintos puntos de la Península lugares establesde representación: los corrales, que, con sus características escénicas y del público asistente, acabarán teniendo un peso destacado en la configuración de una dramaturgia nacional. Curiosamente, la época de apogeo del corral es también la de la teatralización de otros espacios que supone la recuperación de los modelos medievales, aunque con algunas diferencias: ahora el teatro religioso y callejero se han fundido sobre los carros de los autos sacramentales, y el teatro cortesano se ha transformado en teatro palaciego, con notables diferencias, sobre todo en el orden espectacular. Este componente (sostenido en una maquinaria escénica muy superior en los autos sacramentales y dramas palaciegos) es el que propicia la transformación del corral en el modelo de edificio teatral, codificado en las ciudades renacentistas italianas por teóricos de la arquitectura influidos por los autores clásicos, pero, sobre todo, por las demandas de una nueva sociedad y un nuevo modo de representar la realidad y de autorrepresentarse. Así, el teatro se hace cubierto, con las posibilidades inherentes para horarios y temporadas más amplias y para la utilización de efectos de luz; el escenario gana en profundidad y se hace más complejo, con artilugios y tramoyas ocultos a la vista del espectador, imponiendo una sensación de ilusionismo determinada por la perspectiva lineal y la superficie plana de una caja escénica cerrada; y, no menos importante, el espacio del público se modifica, respondiendo la arquitectura a los cambios en la sociología, apareciendo una nueva composición y distribución del conjunto de espectadores. Este proceso, el de conformación del "teatro a la italiana" culmina precisamente a finales del XVIII, sin que el siglo siguiente introduzca variaciones sustanciales, antes que el experimentalismo del XX acabe con la hegemonía de este modelo.

     Los factores materiales y humanos están interrelacionados con la representación escénica, en lo referente a su estructura (componentes y disposición) y a sus carácterísticas técnicas (escenografía, vestuario, técnica del actor...), y los escritores, que escribían directamente para las tablas, no separaban en ningún momento su escritura dramática de esta realidad, cambiante al hilo de los tiempos, de los modelos y hábitos sociales, de las condiciones económicas y de los avances materiales.

Los textos e imágnes se acompañan de una amplia bibliografía.

Javier Navarro de Zuvillaga, "Espacios escénicos en el teatro español del siglo XVIII", en V Jornadas de Teatro Clásico Español, Madrid, Ministerio de Cultura, 1983, pp. 71-131.

* Imágenes:

  • Imagen 1: Planta del coliseo del Buen Retiro
  • Imagen 2: Escenario del salón de comedias del Alcázar, por Herrera el Joven
  • Imagen 3: Representación del Ballet de la Prosperidad en el palacio del Cardenal, grabado por Van Lochon.