Como recuerda el prólogo de Cervantes a sus Ocho comedias y ocho entremeses nuevos, nunca representados (1615), Lope de Rueda acabó su vida en Córdoba y permanecía enterrado en su catedral, huella del paso de compañías ambulantes como la suya a mediados del XVI por esta ciudad.

     En fechas cercanas también frecuentarían las calles cordobesas las fiestas del Corpus, con la teatralización culminante en los autos sacramentales. Por otro lado, desde principios del XVI se conocía la práctica de representaciones escolares, como las que celebrara Pedro López en la iglesia de San Pedro; los textos de Fernán Pérez de Oliva serían una expresión de este tipo de teatro de raíces grecolatinas. La apertura del colegio de Santa Catalina por los jesuitas (1556) significaría la regularización de la práctica escolar del teatro dentro de la ratio studiorum, siendo Córdoba una de las ciudades beneficiadas, en torno a 1570, por la actividad del padre Pedro Pablo Acebedo, el más notable representante del teatro jesuita.

     Las primeras noticias de la existencia de un lugar estable para la representación datan de 1583, con los documentos de alquiler por Alonso de Castro de unas casas en la Cuesta de Pero Mato para funciones teatrales, pronto prohibidas por las protestas de las monjas del convento de Santa Clara, cercano al lugar. Por estas fechas se extendían por la península los corrales teatrales, con su particular tipología. En 1603, se abre en la actual calle Velázquez Bosco, junto al Convento de la Encarnación y en las inmediaciones de la catedral, la Casa de las Comedias, de promoción y titularidad municipal, hoy bien conocida por las investigaciones de Ángel García Gómez. Era de planta cuadrada, de 24 metros de lado, con capacidad para unos 800 espectadores sentados, más 300 en el patio, que podrían disponerse en lunetas y gradas. Su vida activa ocupó prácticamente todo el siglo XVII, hasta su cierre en 1694, fruto de las censuras morales del incendiario predicador padre Posadas y de los proyectos de mejora socioeconómica del alcalde Ronquillo, quien proyectaba convertir el solar del teatro en un centro industrial. 

 

     

Posada del Potro, con la típica estructura de corrala, muy semejante a la del patio de un corral de comedias.

 

     Hasta su prohibición en 1765, los autos sacramentales constituyeron prácticamente la única forma de teatralidad en el siglo XVIII cordobés, sin un lugar estable para realizar funciones dramáticas, a pesar de los intentos de levantar un teatro cerca de la iglesia de San Nicolás, en las proximidades del Gran Teatro actual. La otra forma de teatralidad la constituirían las fiestas urbanas, ya extendidas en el siglo XVII, como atestiguan las relaciones publicadas. El eje habitual de celebración, además del privilegiado espacio de la Plaza de la Corredera, se extendía desde el Ayuntamiento hasta la ribera del río, por la calle de la Feria, escenario también de procesiones, autos y ejecuciones. Su práctica se mantendría a lo largo de todo el siglo XVIII, extendiendo la vigencia del modelo barroco.

     Hay que esperar hasta 1800 para volver a encontrar un edificio teatral en Córdoba. Se trata del Teatro Principal, construido por el empresario Casimiro Cabo Montero y sometido durante sus tres décadas de existencia a todos los avatares de la política nacional (guerra de independencia, ocupación francesa, absolutismo de Fernando VIII, trienio liberal, restauración absolutista) y las resistencias al teatro de los regidores ciudadanos, el estamento nobiliario y el clero. Paralelas a los avatares registrados en casos contemporáneos como el sevillano, las incidencias en el teatro cordobés se ven acentuadas por las continuas quejas de las monjas del Convento del Corpus Christi, apenas separado del teatro por una estrecha calle, la actual de Ambrosio de Morales. En los momentos de mayor tolerancia, en el trienio liberal, el teatro seguía regido en todos sus aspectos por una rigurosa normativa.

     Según han exhumado los trabajos de Carmen Fernández Ariza, su planta rectangular albergaba hasta 1500 localidades, distribuidas entre el patio y la fila de palcos, que llega a ser doble, para atender a una demanda con momentos de apreciable crecimiento. Al tratarse ya de un teatro cerrado, además de la redistribución del público por las localidades, los cambios tipológicos más apreciables respecto al corral o casa de comedias se dan en el escenario, delimitado por la embocadura, cerrado por el telón de boca y provisto de bambalinas y telones para modificar la escenografía, acomodándose a los distintos tipos de espectáculos, incluyendo comedias, óperas, bailes y funciones propias del ámbito circense.

* Imágenes:

  • Imagen 1. Portada de Historia del Teatro de Córdoba, manuscrito de Las Casas-Deza.
  • Imagen 2. Plano del corral de comedias de Córdoba.
  • Imagen 3. Teatro Cómico Principal (plano manuscrito).
  • Imagen 4. Teatro Cómico Principal (estado actual tras la restauración).
  • Imagen 5. Estatua del Coloso de Rodas en la Calle de la Feria.

* Bibliografía