Presentación

Córdoba va más allá de un contraste de palabras y de sonoridades seculares. En ella “lo bello” sobresale en mayestático; se eleva a lo absoluto con una fluidez casi imperceptible, de forma intuitiva, casi inconsciente. Ciudad imán, rumor de siglos donde el silencio calla, mira de reojo y vuelve ameno, poco antes de sentirse imaginado.

La “Guía Literaria por Córdoba” invita, pues, al viandante a transitar por varios puntos y viajes cartográficos. Integra 50 lugares y seis rutas, con sus correspondientes creaciones líricas y fotográficas, elaboradas por escritores de conocida trayectoria en el ámbito literario y académico capitalino. Cada autor ha plasmado un particular dibujo imaginativo de los 50 emplazamientos seleccionados (monumentos, calles, tabernas, etc). Aparte de ello, gracias a la web y a las plataformas tecnológicas, también han recreado sus creaciones “in voce”, junto a un elenco de personalidades e instituciones emblemáticas de la ciudad, haciéndola, si cabe, más accesible y amable. Maneras distintas, en fin, de familiarizarse comunicativamente con el extraordinario patrimonio cultural, monumental e histórico de Córdoba.

Belleza. Misterio. Quietud. Rumor de siglos. Cruce de culturas. Tierra frontera. Muralla, musalla, muzara. Torres vigía. Mezquita. Sabat. Religión. Iglesias Fernandinas. Calles estrechas porticadas. Jabalcones. Blanco cal. Piedras bajo suela. Silencio siesteante. Cigarras monocordes. Cultismo. Senequismo. Corrales corifeos. Cainismo zocal. Patios en flor. Albero jazmín. Señorío. Flamenco. Astados y califas en trajes de luces. Mayo, faralao, traje corto, fino. Tabernas amontilladas. Río verde, pozo, agua y fuente. Poesía. Protohistoria. Universalidad…

Cord, Turd, Corduba, Qurtuba, Córdoba

1. En verdad, son muchos los conceptos utilizables para adjetivar esta singular ciudad. Los recabados en estas líneas iniciales sintetizan una muestra simbólica, y representan una continuación del repertorio de voces que envuelve la portada de este libro instilándose alrededor suyo y al interior del mismo. En honor a la verdad tales franjas de vocablos guardan varias claves, concretamente 50, aunque dicho número está abierto a la imaginación y a la voluntad de cada lector. Podrá, por tanto, escoger cuantas epigrafías considere más sugerentes, o modelar las suyas propias, cuando decida adentrarse en los emplazamientos de esta urbe y en los vericuetos de esta Guía Literaria.

La lista de conceptos y adjetivos –con sus correspondientes llaves emuladoras- podría ser más extensa y perfilada; si se quiere, también, más precisa, menos ideográfica o mayormente metafórica. En cualquier caso son, con bastante verosimilitud, vocablos simbólicamente válidos. A ello contribuyen las múltiples herencias recibidas durante más de veinte centurias desde los primeros asentamientos calcolíticos de los milenios III y II a.c. en la “Colina de Quemados”, hoy Parque Cruz Conde, herencias todas que han venido superponiéndose entreveradamente, y a modo de capas tectónicas permeables, hasta el momento actual.

Aquella primigenia designación ibero-turdetana de la ciudad del Guadalquivir conviviría desde entonces con otras muchas Córdobas: la Corduba Romana (crecimiento como Colonia Patricia, siglos I y II d.c), la Qurtuba Islámica o Andalusí (siglos VIII y siguientes), la Córdoba Bajo Medieval (reconquista y repoblación cristiana), la Córdoba monumental de sillares de piedra, capillas abovedadas de iglesias Fernandinas y altares exvotos de barrios epidémicos, la Córdova palaciega de nobles estandartes y monarcas castellanos, en contraste con aquella otra campesina labrada entre acequias y huertas y henchida de “provincianismo ruraliforme”; también tenemos la Córdoba señorial, señorita y pseudo-burguesa de “apellido quedirante”, escaparate y tendillas, hasta llegar, en fin, a la Córdoba moderna de las avenidas y expansiones urbanas; la Córdoba postmoderna y a-moderna, global-local, peatonal y circunvalar; la Córdoba dieciséis en dos mil, parada en un futuro de porvenir pasado; la de la multiculturalidad, congresualidad, musealización y desambiguación1.

Esta rica y densa mezcolanza de elementos históricos y culturales podría explicar los calificativos que principian estas páginas, sin embargo, y según decía antes, nuestra ciudad va más allá de un contraste de palabras y de sonoridades seculares. Entre todas las adjetivaciones posibles, “lo bello” sobresale en Córdoba en mayestático. Se eleva con facilidad estupefacta a lo absoluto y a lo infinito. Y lo hace, además, con una fluidez apenas imperceptible, de forma intuitiva, casi inconsciente. Le ayuda, cómo no, la grandeza de su monumentalidad, la amplitud del casco histórico cordobés, sus leyendas o las infinitas sugerencias simbólicas que aguardan al andante y al viajero tras una amplísima gama de manifestaciones artísticas. La dignidad de las artes, bien lo decía Copérnico, se estima por la materia que tratan2, y en nuestro caso la plasticidad de Córdoba emerge al mínimo cincel. Ahora bien, junto a estos poderes ostensibles aguardan otros menos visibles e intrincados. Hablamos en este caso de fuerzas suspendidas en el aire que flotan tras las esquinas, entre callejones estrechos, adarves y acicaques.

Esas fuerzas instilan halos invisibles y, según sea la sustancia de cada ser, penetran en la intimidad (“intimus”) de cada uno aposentando su imperio. Lo hacen como oportunidades para la sensibilidad, la re-conquista de la mismidad (tan perdida ésta digitalmente) y la posible re-humanización de dichas circularidades trascendentes. La mezcla en Córdoba de sendos elementos exotéricos y esotéricos, junto a la fácil permeabilidad de ambos, hace de nuestra urbe un espacio muy proclive a la con-turbación. No son ya en este caso bellezas aisladas, es la ciudad como un todo quien se eleva a belleza omnisciente. Que el juicio estético se perciba aquí con tanta facilidad y tanta fuerza quizás sea porque la mera observación de dicho universo hace emerger un fluido de sensaciones incontinentes. Sólo requiere acorralar el tiempo, tal vez con un chasquido que distancie cualquier conato volitivo, cualquier atisbo de pensamiento exergo. Basta, en fin, abrirse a la contemplación esteta de Córdoba para que de inmediato impere la admiración por sus espacios o la veneración por su universo3.

Según reza uno de los poemas del libro “la belleza comienza respirando más despacio”, y en nuestro caso son muchos los escenarios sugerentes, referenciales y conturbadores. Córdoba, como vengo diciendo, cuenta con innumerables manifestaciones artísticas y placenteras, es decir, multiplica las posibilidades refinadoras del gusto, y afina el placer que proporciona el mero gozo estético. Al multiplicarse las fuentes de admiración y conturbación, aumentan asimismo las posibilidades de reverenciar lo grande (monumentos), lo misterioso (halos de invisibilidad) y lo sublime (belleza excelsa), inclusive, y de darse el caso, con estupefacción extasiada4. Precisamente, estas multiformes maneras de trascendencia alteran la posición del actor, que de ser sujeto posesor pasa a ser objeto poseído por la ciudad misma5.

Paradójicamente, la grandeza del alma -o “megalopsijia” helenística- producida mediante la sublimación Cordobesa puede derivar en fuerzas opuestas. Se quiera o no, lo bello sublimado colinda en intersticios con lo descollante, lo intimidante e incluso lo terrible. Platón, Kant, Heiddeger y Freud ya nos advirtieron de la ambivalente conversión de lo extraordinario en sentimientos intimidatorios6. La historia en general, y en particular la de esta ciudad, tiene innumerables sellos indelebles de cómo lo temido se troca en reverenciado, y viceversa, al albur de sutiles -o incluso burdos- maniqueísmos circulares. En resumidas palabras, lo fantástico puede llegar a ser asimismo “fantasmático”. Este digamos “esteticismo estratégico” resulta ser uno de los grandes peligros de las ciudades que en su día escribieron la historia con mayúsculas. Ensimismamiento, cainismo, cortedad, conformismo, autocomplacencia, mitificación cultual, delirios de grandeza, falso orgullo (“pridé, “fierté”), deseo insaciable de honores, premios y cargos, Pigmaliones y Galateas, son “mutatis mutandis” sesgos de las urbes magnificables7. Así ocurre cuando se vive intramuros adocenadamente y cuando se reverencia con desmesura (“hybris”) a deidades que no lo son o ni si quiera fueron, ora por pequeñez de espíritu o por afán intemperante de ser sin ser.

Por todo lo expuesto, podríamos añadir una metáfora concluyente y definir a Córdoba como “ciudad imán”. En efecto, su magnetismo atrapa al viandante posesivamente y para siempre, abriendo de ese modo una miríada de expectativas de retorno a la urbe y de reencuentro con un lugar pluralizado. Volver a ella se vuelve tango sin cansar la repetición de cada melodía. Los roles de poseedor y poseído se entreveran sin distingo y se retroalimentan en anárquico romance. El alma, y sus ánimas, vuelan en Córdoba, y una vez extendidas las alas huelga resistirse a la claudicación. El apetito vital (“orexis”) se ve sujeto a tantas excitaciones que incluso el ser más escondido de sí siente efervescencias del “sí mismo”. Llegados a este punto es cuando brotan multiformes maneras de exteriorizar lo poseído y admirado, y de hacerlo además por medio de la creación artística. Las fuerzas antedichas -musas visibles e invisibles- se recargan de simbolismo y aumentan sus ecos hasta que éstos encuentran fisuras donde emerger y aflorar. Bastará entonces unir sus réplicas en palabras, pentagramas, pigmentos o figuras y trenzar con ellas testamentariamente cada arco de ballesta.

2. La enérgica belleza de Córdoba y las sublimaciones de la ciudad han contado desde siempre con infinidad de creadores y creaciones de tal universo simbólico dando con ello lugar a un amplio y rico legado de manifestaciones artísticas. Entre todas, lo lírico y la literatura ocupan un lugar prevalente. Según declama un conocido dicho, “Córdoba es una ciudad de poetas”, existiendo bastante unanimidad de tal virtud dentro y fuera de nuestra urbe. En verdad, raro es el día que no se presenta en ella un libro o un nuevo poemario, y rara es también la semana sin espacio para la rapsodia o la recitación. Tema muy distinto es si la potencia de dicho bagaje cultural revierte realmente en sus habitantes, tanto como si éstos saben valorar tamaño potencial de herencias artísticas y creativas. La respuesta a ambas cuestiones suele formularse en negación. Por idiosincrasia secular, Córdoba ostenta un “deinos bifronte” con una parte visible cara al exterior y otra oculta e interna; es más, suele incomodarse hacia lo que sobresale de los paramentos edificados.

Quien suscribe ha tenido ocasión de advertir este sentimiento compartido en el ámbito cultural empero huero respecto de su reconocimiento formal o en escenarios institucionales8. En general, la praxis oportunista de mirar paccionada o hipócritamente hacia otro lado son actitudes de largo alcance casi insertas en el ADN ibérico, con el peligro de quedarse por siempre incapacitado para volver a mirar de frente. Para mayor abundancia, en ciudades de ornato y ensimismamiento monumental la soberbia campea especularmente a la espera de aposento. Los antropólogos barajan la tesis de la imagen del bien limitado. Según esta hipótesis, cuando las comunidades adolecen de cortedad de miras, y sus miembros no han salido de sí, interpretan que el avance y los logros de cualquier sujeto deviene a costa suya, lo que desemboca en cuestionamientos capciosos hacia lo bueno ajeno y relativizaciones concomitantes del progreso de las personas. En vez de retroalimentar sinergias y construirse sobre sólido, los deseos de grandeza levantan murallas compensatorias sobre barro y arrebatan los escasos bienes virtuosos existentes. Intramuros, el zoco se llena de mercaderes culturales que comercian en gremios reducidos mediante compraventas sinalagmáticas, y las tiendas se colapsan de invasores de imprentas con productos clónicos de formato anaquel. El hambre de honor se vuelve famélica y se revuelve abyecta por ser-se preferido a cualquier otro.

Mal puede avanzar cualquier comunidad si vive de espaldas a su creación pues en definitiva son mundos destinados, hoy más que nunca, a ad/mirar-se y, desde ahí, en/tender-se. En Córdoba los hados hacen novillos a hurtadillas, y sus varitas mágicas siempre dejan genialidades suspendidas en el aire a la espera de reagrupamiento. La fuerza evocadora de dicha urbe y la colosal belleza de sus imágenes retroalimentan la imaginación literaria, en cualesquier formato, desde la prosa al relato, la novela o la creación poética. Ciertamente, son muchos los poetas y escritores locales y foráneos que han dedicado parte de sus creaciones a nuestra ciudad. Su lista resulta interminable, como interminables son los libros y páginas inspirados en dicha musa capitalina. El libro que ahora obra en sus manos se suma a esa larga lista de ofrendas pero, si se me permite, cuenta con importantes singularidades.

La primera singularidad no es otra que su diferenciación. Y es que el libro nace con una firme voluntad transitiva. En su interior suenan muchas cítaras que aguardan empáticamente la complicidad del lector amable, sensible o curioso. Desde su concepción inicial, fue gestado para entender de otro modo nuestro patrimonio capitalino y de acercarse a él empáticamente, propende abrir otras formas de comunicación con las que difundir dicho bagaje cultural y artístico entre la ciudadanía local y foránea. La obra parte de una concepción integral, integradora y participativa del arte, haciéndolo más universal, tangible y accesible. Su contenido enhebra la creación fotográfica con la literaria, abriendo además ésta al lirismo novelado, el relato y, por ende, la poesía. Sus piezas son ventanas entreabiertas para que cada lector las empuje hasta donde desee llegar. Y por supuesto, guarda claves silenciosamente ideadas para con-turbar y conturbar-le.

El concepto de “Guía Literaria” puede parecer pretencioso pero en realidad es una invitación al viandante de paso firme o imaginativo para transitar de otra manera por los lugares de Córdoba. Como sabemos, el espacio, entendido cual ínsula, nido o mero contexto, es una temática consustancial a la literatura y a la poesía9. El lugar, cada lugar, asociado a colores, entornos, rutas, vericuetos, melodías, estados anímicos y demás acontecimientos, acaba codificado instintivamente en la memoria recobrándose de inmediato su recuerdo al regresar a él o al contemplarlo próximo o en distancia. Se asienta primero sórdido, aguardando la voz de la imagen repetida o del recuerdo remoto, y entonces emerge. Sus formas resurgen con más o menos fuerza según sea la luz o la distancia del tiempo. Los lugares hacen del momento historia y de la historia un algo asible. Aquí dormita su trascendencia. Pues bien, la Guía integra 50 emplazamientos. La mayoría tienen un valor simbólico unánime pues deriva de su carácter histórico-monumental o su incuestionable belleza artística, pero también se han incluido pasajes, calles y plazas de alegoría abierta. La clave es suscitar la conciencia venturosa y aventurera de cada lector haciéndole viajar por los lugares propuestos de la mano de las creaciones literarias elaboradas a tal fin. La ideografía del libro de Ramírez de Arellano, “Paseos por Córdoba”10, planea sobre esta misma obra pero en este caso subrayaría dos aspectos.

La Guía propende, de un lado, “instantizar el instante”. Lo hace, en primer término, con la estupenda labor fotográfica de Manuel Angel Jiménez y las esbeltas descripciones ideográficas de Matilde Cabello. De esta manera ubicamos al paseante en cada emplazamiento con cierta cautividad especular para que, de consuno, prosiga en las respectivas lecturas, sean éstas relatos novelados o poemas. Tras estos preámbulos, se plantea una peculiar Anábasis por varios puntos y viajes cartográficos. Como ya se dijo, la obra integra 50 lugares, con sus correspondientes creaciones líricas, elaborados por escritores de conocida trayectoria en el ámbito literario y académico Cordobés. Muchos de ellos tienen una amplia obra y densos títulos en el terreno poético, teatral, teorético y novelístico, hasta el extremo de haber recibido importantes premios nacionales en el ámbito de la creación literaria. Particularmente sería osado adelantarles una valoración de las creaciones contenidas en esta Guía. Como decía Paul Valery, unos versos los encontramos y otros los hacemos11, pero en cualquier caso todos los textos del libro rezuman nostalgia, amor y devoción por los espacios descritos en él. Cualquier creación poética y literaria conlleva un tanteo previo especulativo con pretensión de traducirse en lenguaje, y su resultado siempre infiere una lucha de sensaciones, una síntesis de sentimientos en forma de palabras y de un orden más o menos ortodoxo o heterodoxo. Pues bien, guardando una necesaria diferenciación de estilos y personalidades, los textos de esta Guía permiten comparar tempos, rimas, composiciones, estructuras y ritmos. Cada autor ha plasmado un particular dibujo emulador e imaginativo de los respectivos emplazamientos, y en su conjunto impregnan la obra de un halo sensible de conturbaciones vitales. Pasiones contenidas, albergues de recuerdos, juegos de juventud, murallas artilladas, e incluso levaduras de infancia, pululan en las respectivas voces prosaicas y poéticas logrando un difícil efecto de unidad en la diversidad.

Paralelamente, y simulando el relato de Jenofonte antedicho12, la Guía también plantea una Catábasis desde el exterior al interior. Para ello diseña varias rutas que dividen los emplazamientos literarios en 6 viajes. De esta forma aquilatamos los momentos de transición (o acaso transiciones) de belleza en belleza, quizás también de mismidad en mismidad. El tenor de cada reagrupamiento es meramente cardinal pues los trazados siguen un sentido norte/ sur (para ser más exactos, noreste/ sureste) volviendo a proponer luego una circularidad interna de entre ocho o doce lugares dentro de cada recorrido. En suma, un juego de trayectos y piezas para armar, rearmar; “almar” y desalmar.

La Guía Literaria podría pues considerarse como una “obra de distancias”. Para María Zambrano la lírica aspira a un hacer trascendente, por eso el “situs”, la disposición de las partes, debe ceder paso al “spatium13. Cederlo, esto es, en pro de la distancia, de la distalidad del poeta respecto de lo apre-hendido. En la verdadera obra artística, el tiempo en presente cede su formulación al subjuntivo. Más bien, despliega el “sea” o lo que “pueda llegar a ser”. A mi modesto modo de ver, el poeta en puridad creador y el escritor realmente posesor y creativo están conminados a marcar distalidad y trascendencia sensible. La preposición compositiva “de cede el lugar a la preposición ubicativa “en”. No en vano, desde esa atalaya es donde se confiere auténtica entidad a la creación artística y, si se me permite, también es lo que salva la obra de la clonicidad autocomplaciente tan al uso. Dar, en fin, el verdadero salto cualitativo de diferenciación, singularidad y autenticidad.

Ese salto se antoja muchísimo más perentorio en estos tiempos de cambio abrupto y mudanza institucionalizada14. La pérdida del sentido de lo valioso (no ya de valores) y el conformismo práctico han llegado al extremo de convertir la corrupción clientelar en un fastuoso parque temático donde la entrada resulta obligada so pena de quedar fuera blandiendo la decencia de espíritu y la independencia de criterio. Dentro de esa gran feria de lo zafio y las vanidades, todo tiene un precio, por ende ficticio y desclasado, es más, las ventas personales se rebajan a saldo y conminan a perder el horizonte de la virtud. De este modo no dejan de concertarse hipotecas de la dignidad con primas de riesgo alienadoras sin cláusulas resolutorias y euríbor al alza. Muy al contrario, y como aseverara Kant, todo lo que tiene precio puede ser reemplazado con suma facilidad por otra cosa equivalente. Sólo lo que está por encima del precio, y por tanto no tiene equivalencia, tiene empero dignidad15. En este orden de ideas, considero que la obra literaria resulta ser digna, auténtica y virtuosa cuando encierra suficientes elementos con los que sugerir al lector, primero atrapándolo para, de darse el caso, con-seguir con-turbar-le. Según suscite gradualmente dicha capacidad/valor, existirán diferentes dinteles de separación entre la obra artística creadora y la obra conturbadora maestra. Tránsito trascendente, sólo en estos casos, del posesor en poseído; Anábasis y Catábasis, viaje en circularidad ascendente, en continua de-construcción.

3. Para finalizar la presentación, impera reconocer nuestra gratitud a las entidades y personas que avalan este libro. Desde la gestación y presentación consecutiva del proyecto hemos tenido la suerte de entusiasmar con él a personalidades con responsabilidad en el terreno de la difusión cultural de nuestra capital. El verse publicado con el patrocinio de la Universidad de Córdoba ha sido una feliz garantía de calidad en el resultado final conseguido, aparte de ello la distribución institucional se facilita con dicho sello universitario y con la edición combinada de la obra en formato papel y electrónico. Los nombres de la Profesora Dra. Rosario Mérida, Vicerrectora de Acción Social de la UCO, del director del servicio de publicaciones, el prof. Dr. Juan Pedro Monferrer, y del propio Rector, D. José Carlos Gómez Villamandos, deben principiar esta lista de reconocimientos. Gratitud, además, a las corporaciones que también han apoyado el proyecto. Principia nuestra gratitud el Ayuntamiento de Córdoba, y los nombres de su Alcalde y de Don Miguel Moreno Calderón, Concejal de Cultura, que desde el primer momento apostó sin vacilar por esta Guía Literaria. En esa misma lista de agradecimientos corporativos debemos colacionar la Dirección de la obra social y cultural de Cajasur/BBK, la Fundación ONCE

Especiales deben ser las menciones al universo de personas que han prestado sus voces para la Guía. Desde un primer momento concebimos la obra como un libro amable que nace para crecer y quedarse entre los Cordobeses y los amantes de Córdoba. Nada mejor, pues, que dejar un testimonio vocal trenzado al corazón de quienes han tenido la gentileza de recitar las creaciones y las presentaciones de las rutas y de sus monumentos. Una de esas voces rapsodas, profunda amiga de bajo coral, nos dejó meses antes de publicarse la Guía pero estamos seguros que Paco Cerezo recita y lee vehementemente todas las líneas de esta obra desde lo más alto de sí y de nos.

Quiero finalmente reservar una mención especial a todos los participantes de esta obra. Y es que he tenido el privilegio de coordinar a un grupo de escritores y profesores universitarios de excelente calidad personal y literaria. Ningún barco llega a su destino correcto sin un buen equipo, máxime cuando el viaje discurre por aguas profundas y entre puertos hasta hace poco insondables. Una de las ventajas de ser náufrago volitivo es el refuerzo de la convicción y el cuidado paciente al atar las cuerdas de cada balsa. El proyecto, ya hecho realidad pese a numerosísimos cánticos de sirena desorientadores, fue ideado como una deuda pendiente, casi personal, hacia una ciudad mágica. En el plano cartográfico siempre se tuvo en mente un libro-balsa amable, renuente a los anaqueles, donde sus páginas se doblan y las velas se desgastan por el uso. Además, al entreverarse trayectos y flujos de doble dirección, el avance colectivo en esta obra a través de reuniones y correos electrónicos permitió un intercambio muy fructífero de sinergias que felizmente han revertido en su resultado final. De todos los referidos autores he aprendido y con todos he disfrutado, ergo mi agradecimiento no hace más que afianzar la amistad que ya les profesaba aumentando, además, mi respeto por su obra y su trayectoria. Viendo ahora el resultado, las páginas se otean sugerentes pero, claro está, tal juicio dependerá de las sugerencias producidas a cada lector por cada texto y cada emplazamiento. De ser así, y emulando de nuevo las palabras de Paul Valery, viene bien saber que cuando una obra es hermosa deja de ser propiedad del autor, es decir, devora a su progenitor para pertenecer desde ese momento universalmente a cada sujeto16.

Córdoba. Sí. Cord, Turd. Rumor de siglos empedrados. Lugar cultual donde el silencio calla, mira de reojo, ulula la espalda -quebradizo- y vuelve ameno, poco antes de sentirse imaginado.

Francisco Alemán

Trassierra (Córdoba), agosto del 2014.

1 Entre la abundante bibliografía sobre los orígenes de la ciudad y su génesis histórica, vid, por todos, las obras “Guía Arqueológica de Córdoba”, Dir. Vaquerizo Gil D, Ed. Plurabelle, Córdoba, 2003, pp. 17, 117, 203 y 231; o Ventura JM. “Historia ilustrada de Córdoba, Ed. Almuzara, Córdoba, 2005, en espec. pp. 118 y ss.

2 “De revolutionibus Orbium coelestium” (“Sobre las revoluciones de los orbes celestes”), Ed. Tecnos, Madrid, 2009 (Estudio preliminar de Carlos Mínguez Pérez), p. 24.

3 Para Von Schelling F. la belleza es, junto con la verdad y la bondad, una de las tres grandes potencias del mundo real e ideal. Según sus propias palabras definitorias, “hay belleza allí donde lo particular (real) es tan adecuado su concepto, que éste, en cuanto infinito, ingresa en lo finito y es intuido en concreto”, “Filosofía del arte”, Ed. Tecnos, Madrid, 2012, p. 37

4 Como aseverara Burke (“Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo sublime y lo bello”, traducción de Juan de la Dehesa, Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos de Murcia, 1985), “la estupefacción es un estado del alma en el que todos sus movimientos se suspenden… De ahí surge el gran poder de lo sublime: lejos de ser un producto de nuestros razonamientos, se anticipa a ellos y nos apresa mediante una fuerza irresistible. La estupefacción, como he dicho, es el efecto de lo sublime en su grado más alto; sus efectos inferiores son la admiración, la reverencia y el respeto”.

5 Sobre estos extremos, vid Kivy P. “El poseedor y el poseído. Handel, Mozart, Beethoven y el concepto de genio musical”, traducción de Mariano Peyrou, Ed. La Balsa de la Medusa, Madrid, 2011, p. 95.

6 En “Fedro” (251 a) Platón sostenía que la belleza produce primeramente un escalofrío y luego un espanto, “una reverencia como si estuviera la presencia de Dios”. A fin de cuentas, nos recuerda Kant, “el gusto es la facultad de juzgar un objeto o un modo de representación por medio del placer o la aversión que causan, al margen de cualquier interés” (“Crítica del juicio”, trad. de García Morente M. Ed, Tecnos, Madrid, p. 50). Tal ambivalencia podría estar enraizada en el concepto “deinon” y respondería en este caso al sentido unitario dado a través suyo a la dicotomía entre lo exacerbante y lo temible en espacios extramuros de la habitualidad. Sublimar lo bello y llevarlo a las últimas consecuencias de estupefacción y parálisis, entraría en tales escenarios distales. Con mayor amplitud de esta fenomenología, y desde su estudio esta vez en los textos de Heiddeger y Freud, vid el análisis de Lira Latuz Cl. “Reflexiones en torno a lo siniestro en dos escenas del novelista japonés Haruki Muramaki”, Revista Aisthesis nº 38, Pontificia Universidad Católica de Chile, 2005, pp. 213 a 228, y en particular pp. 213 a 221.

7 Cada ser humano, bien lo apostilla Giner, es una mixtura de tres inclinaciones: egoísmo, altruismo y malicia. La primera suele ser más potente que las otras pero quizás la paradoja estribe en el ejercicio de la tercera y su fácil conversión en saña. En verdad, el deseo de desgracia ajena y el ensañamiento (o “shadenfreude” germánico) nos distingue a peor del resto de los animales. Estos cazan, hieren, devoran pero volitivamente no someten a sus víctimas a una tortura innecesaria (“El origen de la moral. Etica y valores en la sociedad actual”, Ed. Península, Barcelona, 2012, p 118). El tiempo actual, por lo demás, es muy proclive a generalizar conductas tóxicas a-morales, maledicentes y de hostigamiento. No en vano, los instintos agresivos y destructivos prodigan en sociedades complejas que experimentan cambios abruptos y de orden sistémico. Sobre estos extremos, vid Alemán Páez F. “Bases fácticas y contrafácticas del acoso moral e institucional”, Revista Aranzadi Social nº 14, 2014.

8 Vid Alemán Páez F. “Cultura/ cuRtura. Un binomio aporético”, Revista Calle de Letrados nº 62, Real Colegio de Abogados de Córdoba, 2012, pp. 44 y 45; en igual sentido crítico, empero desde un plano más general y contextualizado en los procesos de renovación didáctica universitaria, “El cine como recurso didáctico en la enseñanza de la rama social del derecho. Un estudio de caso y propuestas metodológicas”, Revista de Derecho Social nº 63, 2013, pp. 233 a 254, en espec. pp. 238 a 242.

9 Vid p. ej. Alemán Páez F. “Historias y lugares”, Ed. Plurabelle, Córdoba, 1996, entremezclando respectivamente, y en dualéctica respecto del referido título, la poesía y el relato. En suma, y como bien dice María Zambrano, “la vida no tiene partes sino lugares y rostros” (Ed. Seix Barral, Barcelona, 1988, p. 21).

10 Ramírez de Arellano y Gutiérrez T. “Paseos por Córdoba”, Tomos I y II, Ed. Diario Córdoba, 2001. Entre otros títulos semejantes más recientes, vid. las obras de Primo Jurado JJ. “Paseando por Córdoba. Paisajes y personajes”, Ed. Almuzara, 2005, y de Muñoz López MJ “Paseo Fernandino. Guía para recorrer las iglesias medievales de Córdoba”, Servicio de Publicaciones de Cajasur y Obispado de Córdoba, 2008.

11 Paul Valery “Cuadernos” (1894-1945), Ed. Galaxia Gutemberg/ Círculo de Lectores, Barcelona, 2007, p. 372.

12 Libro Primero, I,2.1.

13 María Zambrano “Algunos lugares de la poesía”, Introducción y notas de Fernando Ortega Muñoz, Ed. Trotta, Madrid, 2007, pp. 47 y ss.

14 Algún autor, como Byung Chul-Han, nos advierte del peligro que acecha a la denostación de lo sublime en la sociedad global de la transparencia. Recabando las palabras de W. Benjamín, “lo bello no es ni la envoltura ni el objeto encubierto, sino el objeto en su velo” (en, “La sociedad de la transparencia”, Ed. Herder, Barcelona, 2013, pp. 31, 33 y 46). Entre las razones de dicho declive, sobresale la coacción de la exposición, la tiranía violenta y repetida de lo visible, la dominancia de la sociedad del cansancio y la autoexplotación del hombre por sí mismo mediante formas de trabajo a proyecto en el contexto informacionalizador.

15 Kant I. “Fundamentación de la metafísica de las costumbres”, 1785, p. 40.

16 Vid. “Cuadernos”, op, cit, p. 381.