Medusas

Texto de María Luisa Rodríguez Muñoz

El pasado 26 de febrero asistía virtualmente al segundo seminario “Feminismo y humor” del centro CHISPA (Culturas Hispánicas e Hispanoamericanas Actuales). La selección de obras y las aportaciones eran magníficas (Las humoristas de Isabel Franc, Feminismo para torpes de Nerea Pérez de las Heras, Le propre de la femme? Le rire de Sarah et Déméter de Jacqueline Schaeffer y La risa, fuego de mi intelecto de Laida Lertxund) pero la charla sobre la lectura de Le rire de la Méduse de Hélène Cixous me dejó cavilando. Ponente y participantes debatieron sobre constructos del imaginario colectivo para frenar el poder de la mujer y la salida necesaria de la risa resistente y resiliente frente a muchas formas de violencia. No conocía ese trabajo de Cixoux pero el título ha estado rondando mi cabeza desde entonces.

Medusa, ese personaje mitológico del inframundo al que todos temen, era una hermosa sacerdotisa del templo de Atenea que fue violada por Poseidón, lo que hizo enfurecer a la diosa y convirtió su pelo en serpientes. Una de las partes de esta historia que todo el mundo recuerda es su decapitación por parte de Perseo, sin mirarle a los ojos, para evitar convertirse en piedra. Una Cixoux hastiada de este y otros relatos injustos reescribe el mito a través de esta obra que fue considerada un tratado feminista de los 70. Sobre las mujeres pensantes, con cabeza, bellas, sexuales y seductoras, fuertes, peligrosas, las “Medusas”, la autora nos dice:  

Ellas vienen de lejos: de siempre: del “fuera”, de las landas donde las brujas siguen vivas; de debajo, del otro lado de la “cultura”; de sus infancias, que a ellos tanto les cuesta hacerles olvidar, que condenan al in pace. Aprisionadas las niñas en cuerpos “mal criados”. Conservadas, intactas de sí mismas, en el hielo. (…) Nosotras, las precoces, nosotras las inhibidas de la cultura, las hermosas boquitas bloqueadas con mordazas, polen, alientos cortados, nosotras los laberintos, las escaleras, los espacios hollados; las despojadas, nosotras somos “negras” y somos bellas.

Con esta descripción, Hélène me hizo evocar otros mitos sexistas que se han empleado para justificar la triple minorización de la mujer, la traducción y los estudios de traducción. El primer ejemplo es el que conecta directamente con la lapidación de la belleza y el deseo femenino: el de las Bellas Infieles. La forma de recrear los textos con gran libertad en la Francia del siglo XVII hizo que Ménage se refiriese a las traducciones d’Ablancourt aludiendo a un antiguo amor infiel. Representa así el género femenino como el género traducción y la belleza del texto con una peligrosa adaptación frente al original. Ya se sabe: mala traducción, mala mujer. La cosa no queda ahí. Recomiendo encarecidamente el capítulo que dedica Hurtado Albir (2000: 627) a las corrientes feministas en traducción en el que recoge una plétora de metáforas sexistas criticadas por autores como Chamberlain, Simon y Godayol. Por ejemplo, menciona “la violación del texto” como un símbolo recurrente para explicar la invasión y dominio del texto o el modelo sexuado de Steiner (1975) en donde el agente, el traductor, es el “hombre” y el objeto, la “traducción”, la mujer. Godayol, en concreto, pone de relevancia que al tiempo que muta la mentalidad de la sociedad debe cambiar el discurso con el que se caracteriza la traducción para erradicar la diferencia entre el texto origen, el ungido por Dios, el varón de la relación, el padre, y la traducción, una simple reproducción de quien ansía el primer plano familiar como el maná y que vive en el ámbito del hogar, esencial pero oculta. Por tanto, en virtud de este símil, a través de la liberación de la mujer estaríamos liberando nuestro oficio, desactivando la asimetría que existe entre la percepción de la traductora y la traducción frente al escritor y el original. En cierta forma, la posición de los traductores me recuerda mucho a la intrahistoria de las mujeres, sobre las que sustenta el mundo, que han sido borradas de los anales oficiales. Ese papel de segundona, de primera dama, ese plano servil que se nos queda grabado a fuego y que es el causante de una autoestima baja, un perfeccionismo depreciado y de arranques de rabia tuiteros que nadie entiende, algunas veces ni una misma. El feminismo, como el reconocimiento del papel del traductor, requiere educación y militancia. Llevar las gafas de traductor, como las moradas, es incómodo y una fuente continua de crispación pero “it’s the only way”.

Por tanto, lector y lectora, yo te animo a hablar de tu profesión, a hacerte presente, pero, sobre todo, a actuar, construir, dejar de poner zancadillas a tu hermano y hermana, que eres tú quien acaba directamente de bruces en el suelo. La sororidad es lo más parecido a la buena praxis en nuestro oficio. Tanto a los estudios de traducción como al feminismo creo que les queda combinar, hasta que se agote la injusticia, la forma reactiva y doliente con la más asertiva de todas: creérselo y empoderarse, ilustrar para lograr el estatus de persona y de profesión indispensable. ¿Imaginas qué pasaría si apagásemos el ordenador el 8M? Yo creo que se caería el mundo, un mundo de piedra, sin mujeres trabajando, un mundo sin cabeza y sin lengua.

“Para ver a la medusa de frente basta con mirarla: y no es mortal. Es hermosa y ríe”, sentencia Cixoux.

¡Feliz día!

Uma Thurman como Medusa en “Percy Jackson y el ladrón del rayo” (2010)

Sobre la autora de este post:

María Luisa Rodríguez Muñoz es traductora e intérprete jurada de inglés y experta universitaria en Derecho de Extranjería (UGR). Es docente en el grado de Traducción e Interpretación de la UCO y una de las colaboradoras del proyecto TradAV.

1 thought on “Medusas

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *